La gente de mi generación, año arriba año abajo, no pudimos ver los clásicos de Kirk Douglas en pantalla grande. A no ser, algún título suelto, en algunos de los ciclos que en esta ciudad (o en cualquier otra, evidentemente) se organizaban hace años con bastante frecuencia. Teníamos las sesiones de los sábados en la televisión (cuando uno aún podía ponerla sin temor a encontrarse con esas basuras que hoy la invaden y lo salpican todo), por la tarde o por la noche, según correspondiese a la temática de la película. Sábados gloriosos, en todo caso. Imprescindibles para la formación de aquellos jóvenes con inquietudes que éramos por entonces. Recuerdo que cuando se moría una de aquellas estrellas, la 2 organizaba un ciclo a modo de merecidísimo homenaje con algunas de sus películas más destacadas y un documental previo sobre su vida y su obra. Luego llegó el vídeo y el deuvedé y, aunque nada es comparable a la pantalla grande, el festín continuaba. Y si se nos escapaba algún detalle, ahí estaba la sabiduría del añorado Terenci Moix para recordárnoslo desde sus artículos o sus ensayos sobre cine. O la de Carlos Pumares, desde la radio, con su sarcasmo y su buena memoria. Por no hablar de Ángel Fernández-Santos, el mejor crítico de cine que ha tenido el diario El País y, probablemente, el propio país. No estaría mal que alguien recuperase aquellas reseñas, pequeñas piezas literarias repletas de conocimiento y elegancia, en un libro. Tal vez, a día de hoy, estando como están las cosas (hace tiempo que la basura salpica más allá de la televisión, pero este es otro tema, no vamos a emborronar el recuerdo del señor Douglas con estas miserias), sea mucho pedir. Una lástima.

Kirk, que hoy cumple cien años, era una de aquellas estrellas que aparecían con frecuencia en el cine de los sábados, por la tarde o por la noche, según correspondiese. Dirigido por los mejores, acompañado de intérpretes que estaban a su altura, representando guiones ante los que cualquiera nos quitaríamos el sombrero. Kirk, con su pose imponente, su clase, sus extraordinarias dotes interpretativas, su masculinidad bien entendida y su mítico hoyuelo, es uno de los representantes del cine clásico por excelencia. Sólo se llevó un Oscar honorífico (como Deborah Kerr -que lo recibió de manos de Glenn Close, que, a este paso, con suerte, también recibirá el honorífico, esas injusticias-, como Lauren Bacall, como Gena Rowlands y tantas otras personalidades merecedoras de varias estatuillas), pero la leyenda está forjada desde hace décadas. Y seguirá siendo eso, una leyenda, cuando se cumplan dos siglos de su nacimiento y ninguno de nosotros estemos aquí para recordarlo.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades