Y entonces te sientas en una silla pintada de rojo que parece diminuta (la mesa también lo parece, aunque no esté pintada de rojo) porque tienes las piernas cansadas y la garganta un poco seca, y contemplas el mar, y piensas una vez más en esas palabras de Marguerite Duras que dicen que contemplar el mar es contemplarlo todo, y reconoces que la escritora francesa vuelve a tener razón. A lo lejos, acechando, una bruma que no tardará en cubrirlo todo, pero eso no importa ahora. Estás ahí, en esa silla diminuta (la mesa también lo parece), y estás contemplando el mar, que, según la filosofía durasiana, es lo mismo que decir que lo estás contemplando todo. Lo que hay alrededor se te escapa porque quieres que suceda así. Gente que pasa con mascarilla, gente que pasa sin mascarilla. Gente que respeta la distancia exigida, gente que no la respeta y habla a voces y ríe estruendosamente y roza a cualquiera que pase por su lado, sin miramientos. No apartas la mirada del mar porque, en cierto sentido, hacer eso, centrarte en el mar (tranquilo, sin olas) antes de que la bruma lo oculte por completo, es también huir de la sensación de miedo que no puedes aniquilar del todo, ese bulle-bulle que va y viene, que ruge y se adormece para volver a exhibir sus dientes afilados en cuestión de segundos. Ya vuelve a estar aquí.

Y entonces, sentado en esa silla que parece diminuta, tratando de ahuyentar ese miedo que forma parte de estos tiempos convulsos, una imagen te viene a la cabeza: la de Milos Forman tumbado en una de las camas del hotel Chelsea, en camiseta y calzoncillos, allá por los años 70. Acabas de verla en un interesantísimo documental sobre la vida y la obra del director de cine checo, ‘Forman vs Forman’. ¿Qué hacía allí Milos Forman, a miles de kilómetros de su tierra natal? Esperando el porvenir. Esperando una oportunidad. Esperando la llegada de un libro o un guion que convertir en película. Sin blanca y abrumado por la soledad, lejos de su familia y sus amigos. Algún tiempo después, se convertiría en el director de una de las películas más importantes del cine americano, ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’. Luego vendrían otros clásicos del cine como ‘Hair’ y ‘Amadeus’, y otras películas más que notables. El reconocimiento, el dinero, los premios. Pero, sentado en esa silla diminuta, contemplando aún el mar, te quedas con esa imagen del director, en camiseta y calzoncillos, en aquella habitación del Chelsea, años 70. No es difícil, viendo el documental y recordándolo después, reconocer el miedo de ese hombre todavía joven y atractivo. Tal vez miedo aún por el pasado (sus padres murieron en campos de concentración, su padre biológico no quiso saber nada de él) y miedo también por el futuro. La incertidumbre de aquellos días y aquellas noches en la habitación del hotel neoyorquino. Esa incertidumbre que no puede separarse del miedo. Aquel miedo, este miedo.

Miedos diferentes que parten y vuelven a la misma raíz. El destino. Lo que está por llegar. Aún sin escribir.

Antes de que abandones definitivamente esa silla diminuta pintada de rojo, recordarás unas palabras del propio Forman sobre la muerte que venían a decir que era perfectamente consciente de que ella, la muerte, podía llegar en cualquier momento, pero que consideraba imprescindible no pensar que pudiese hacer su aparición al minuto siguiente de ese pensamiento.

La bruma ya ha ocultado por completo el mar. Contemplar esa bruma, por alargar el pensamiento durasiano, también puede ser ahora mismo contemplarlo todo.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades