A veces, sin demasiados miramientos, la vida te pone a prueba. Surge un problema, y luego otro, y otro. Y pasan los días y tienes la sensación de estar atrapado en una extraña y consistente red de la que parece que no vas a poder salir. O, en todo caso, cuando lo hagas, no lo harás convertido en la persona que eras anteriormente. Las experiencias, dicen. Esas que te van dejando nuevas canas y arrugas. Y unas cuantas cicatrices interiores. Pese a esa sensación de estar atrapado en un lugar en el que no te apetece nada estar, uno siente que la vida, con todo, sigue mereciendo la pena. Puede que llegues a regañadientes a esa conclusión, quizá a última hora del día o en medio del insomnio, pero lo haces. De otro modo, resultaría imposible luchar con todo, sobrevivir. Comparto las palabras de Grace Paley que encabezan este diario que ahora publico: “Todos los días se conoce a una persona nueva, una puesta de sol nueva. Todos los días pasan cosas hermosas”. Pese a esa red de la que hablaba antes, es verdad: pasan cosas hermosas todos los días.

Más o menos, así me encontraba yo a finales de 2015. La enfermedad degenerativa que sufre mi madre se había agravado y había que esperar más de medio año por el nuevo tratamiento, a consecuencia de los recortes y la interminable crisis. Francesca, nuestra gata, vomitaba constantemente y los veterinarios, a los que frecuentábamos casi a diario, no sabían diagnosticar lo que tenía. Y cada vez echaba más de menos mi trabajo en aquella librería que había cerrado sus puertas tiempo atrás. También había cosas positivas: la relación de pareja seguía funcionando, escribía continuamente, nos habíamos mudado a una casa mucha más grande y luminosa que la anterior… Sin embargo, pasadas las navidades, ya en 2016, tuve la necesidad de empezar a escribir un diario. Si bien es cierto que varios de mis libros -‘El extraño viaje’, ‘Ventanas compartidas’ y ‘Vivir en los cafés’- pueden considerarse una especie de diarios (como así apuntaron en sus reseñas Maruja Torres, Laura Freixas, José Luis Piquero o Saúl Fernández), nunca había emprendido la tarea de escribir uno propiamente dicho, con sus fechas y el rigor que exige sentarse cada día a escribir algunas de las cosas que te sucedieron a lo largo del día. Ni siquiera en la adolescencia, aquel tiempo en el que siempre resultaba recurrente para ocultar los primeros secretos que no queríamos que los adultos descubriesen.

Tenía una cosa clara: a pesar de tratarse de un diario y de estar escrito, como es lógico, en primera persona, yo quería desaparecer de algún modo, no quería que mi voz fuese la que destacase en el texto. Mi madre pasó a ocupar ese espacio. El diario es, sobre todo, un libro sobre ella. Escribo: Quiero que su retrato quede fijado aquí, en este diario. Y que ella tenga acceso a él. Ésa era mi prioridad. Y creo que la he cumplido. Escribir cada día en el diario sobre nuestros paseos (cuando la enfermedad se lo permitía), aliviaba mis preocupaciones, mis desvelos. La escritura, una vez más, me protegía de las adversidades. La escritura que recogía aquellos paseos, las tardes en los cafés, las lecturas, las películas, las sensaciones, los recuerdos de otros tiempos, la complicidad con la persona que has elegido para cruzar el paraíso (que diría Sam Shepard)… Mi mapa cotidiano. Todo eso está en ‘Los días raros’, ese diario que ahora llega a las librerías. Un diario que recorre seis meses de mi vida. O que, bien mirado, recorre los cuarenta y cuatro años que tenía mientras lo escribía.

«Los días raros» el nuevo libro de Ovidio Parades, está editado por Trabe.
Fechas de presentación:
21 de abril a las 20 horas en la librería La Buena Letra (Gijón).
4 de mayo a las 19 horas en el Club de Prensa de La Nueva España (Oviedo).

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades