Y de repente tienes quince, dieciséis, diecisiete años, y llega un verano, uno de esos veranos largos, cálidos, interminables, donde empiezan a asomar los deseos, a arder las pieles, y el sexo, tu sexo, está más revolucionado que nunca, como si intuyera algo que tú aún desconoces, algo que todavía eres incapaz de adivinar, de descifrar: que ese verano será el verano de tu primer amor. Llegará inesperadamente, una tarde ociosa en la que no tenías previsto ningún plan especial. Quedarte en casa leyendo, resguardado del sol, comiendo un melocotón y fumando a escondidas un cigarrillo. Llegará y lo pondrá todo patas arriba. Y no sabrás muy bien qué hacer con todo eso, porque aún no eres consciente de que el amor, en ocasiones, puede llevarte a lo más alto o introducirte en una espiral de contradicciones y misterios y dolor para la que nadie te ha dado una guía, un mapa, una tabla, un miserable consejo. Y no te importará, entonces, porque eso que estás sintiendo es algo tan bello y tan sublime que estás dispuesto a pagar todos los precios inimaginables por seguir sintiendo algo así. Y también estás dispuesto a pagar esos precios para que la otra persona, esa de la que te has enamorado, siga sintiendo lo mismo que tú. O empiece a hacerlo.

Todo esto nos cuenta ‘Call me by your name’, con guión de James Ivory (aunque el resultado final esté más cerca del hedonismo de Bernardo Bertolucci o André Techiné que del universo del propio Ivory) y dirección de Luca Guadagnino. Y lo hace de una manera tan sutil, tan hermosa, tan delicada y exquisita que es inevitable que recuerdes el verano de tu primer amor y que vivas con el protagonista de esta historia (sublime Thimothée Chalamet, nominado al Oscar: sólo por ese largo y glorioso plano final ya se merecía todos los reconocimientos de este año) todo ese entramado sentimental y sexual que revoluciona su cuerpo y su mente un verano ocioso y despreocupado, como lo son todos los veranos de los quince, de los dieciséis, de los diecisiete años, da igual en qué lugar del mundo te encuentres. Porque no importan las geografías. No importan en absoluto. Lo único que cuenta es la brutalidad de lo que estás empezando a sentir, el olor de las pieles erizadas, los pies descalzos buscando esos otros pies descalzos y la mirada de quien está enfrente, sintiendo (con suerte) lo mismo que tú. Antes, mucho antes, de que la nieve cubra los senderos, los secretos queden al descubierto y el sabor de los melocotones sea un recuerdo tan dulce como envenenado.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades