El dilema de siempre, la muerte. Cómo nos enfrentamos a esa idea, cómo buscamos tablas de salvación cuando alguien cercano desaparece, cómo nos refugiamos en nosotros mismos. Cómo buscamos palabras que nos ayuden en el duelo, en ese tramo de vida que deja cicatrices y huellas imborrables, que transforma nuestros rostros, que parece interminable. Palabras y también silencios, evidentemente. Grandes autores escribieron libros memorables tras la desaparición de algún ser querido. Francisco Umbral, Soledad Puértolas, Joan Didion, Philip Roth, C. S. Lewis… La muerte está muy presente en ‘Manchester frente al mar’, un drama seco, duro, que transmite ese dolor que a ratos parece imposible de asumir. Y quizá sea así, imposible de asumir, pero la vida continúa y no queda más opción que avanzar. A trompicones, probablemente, pero avanzando. Luchando contra uno mismo y contra lo que nos rodea. Caminando a tientas, tambaleando. Huyendo hacia delante. Todo eso es lo que le ocurre al protagonista de esta notable película dirigida por Kenneth Lonergan, que va hacia delante y hacia atrás en el tiempo y cuyas piezas encajan a la perfección, con exactitud y con la misma frialdad que esos paisajes nevados por los que se mueven sus vapuleados protagonistas. Ese chico (Casey Affleck, en un papel a su medida: introspectivo, huraño, dolorido) que sufre, que mira sin ver, que guarda silencio, al que el destino, en un redoble de crueldad, no le da tregua alguna. La vida sigue, sí, y añade nuevos rasguños a las cicatrices que aún no se han cerrado. Y que, probablemente, tardarán aún mucho tiempo en hacerlo.

Luego están las consecuencias que se derivan de determinadas muertes (no quiero desvelar nada de la trama) y aquí es donde aparecen los personajes de Lucas Hedges (fabuloso) y de Michelle Williams, cuya presencia no deja indiferente pero resulta, a mi juicio, insuficiente. Su papel -determinante en la narración- debería ocupar más espacio en la historia. A veces da la sensación de que su papel era más largo y el director fue recortándolo y recortándolo hasta este resultado final. Una pena.

El dolor y la vida. La vida que sigue, pese a todo, enredada en ese dolor. Me acordé, después de ver la película, de regreso a casa, de unas palabras que escribió Maurice Blanchot en ‘La locura de luz’: «He amado a algunos seres, los he perdido. Me volví loco cuando recibí ese golpe, porque es un infierno. Pero mi locura ha quedado sin testigos, mi extravío no era notado, sólo mi intimidad estaba loca. A veces, me ponía furioso. Me decían: ¿Por qué estás tan tranquilo? Ahora bien, estaba consumido de los pies a la cabeza; por la noche, corría por las calles, gritaba; durante el día, trabajaba tranquilamente.»

Así, haciendo frente a la muerte, sin más aderezos.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades