Despertarse en mitad de la noche y saber que ya no vas a dormir más. Levantarte, preparar café y buscar en las estanterías, entre las películas, una concreta que hace algún tiempo que no ves. «Love Streams», de John Cassavetes. Qué manera más extraordinaria tiene Cassavetes de retratar la soledad. El personaje del propio Cassavetes, Robert Harmon, escritor, pese a estar siempre rodeado de gente, de mujeres principalmente a las que paga por su compañía, ya sea por sexo o por juerga, en el día o en la noche, no puede estar más solo. Busca refugio ahí, en esas mujeres que se ríen junto a él por un puñado de billetes, en el tabaco y en el alcohol.
Su hermana, Sarah (Gena Rowlands), con alteraciones emocionales y con otro tipo de soledad sobre sus hombros. La soledad de la persona que no asume que su relación de pareja se ha roto. De la lejanía de ese amor y también de la lejanía de su hija, que ha optado por quedarse al lado del padre. Dice Gena: «El amor es como una corriente de agua, fluye continuamente, no para nunca». Eso piensa, eso quiere pensar. Su hermano cree que el amor es cosa de adolescentes, que ya no está, que se ha ido.
Dos personajes, los de Gena y John, que navegan a la deriva, que se buscan para aliviar esa soledad, pero que, pese a ello, no es suficiente. Otro tipo de amor, el de los hermanos, ese tipo de protección, muy bien tratado en la película. Pocos directores han reflejado el desequilibrio emocional, siempre provocado por la propia vida y sus vaivenes, como Cassavetes.
Recuerdo, principalmente, aparte de esta película que veo de madrugada, «A Woman Under the Influence» y «Opening Night», dos de mis favoritas. Dos interpretaciones magistrales de Gena Rowlands, que sabe bordear como nadie esa fina línea que separa la cordura de ese estado al que en cualquier momento podemos vernos abocados, el desequilibrio emocional. No importan los motivos. Ahí está el vértigo. Ese vacío, ese miedo. Toda la fragilidad. El rostro de Rowlands, bello e inestable, lo dice todo sin grandes aspavientos, con mínimas expresiones. Los silencios, los gestos, los movimientos de las manos hacia el pelo, hacia el cigarrillo o hacia la copa, siempre cerca.
Dejo a los personajes de Cassavetes bajo la lluvia, desvalidos, buscando el equilibrio (acaso imposible ya de hallar), y levanto la persiana, y descubro que ya ha amanecido, que el calor permanece, y pienso que todo puede cambiar o que todo puede seguir igual. Ahí está el misterio, la razón para levantarse cada día. Lo que cuenta, creo, es que seguimos vivos, pensando, sí, como el personaje de Gena, que el amor es como una corriente de agua, que fluye continuamente, que no para nunca.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades