Todos tenemos sueños, inquietudes, anhelos. Y a veces, inesperadamente, se cumplen. Uno de los míos era ver a Terele Pávez sobre un escenario. Se cumplió hace tres o cuatro años, en Madrid, con ‘El cojo de Inishmaan’. Qué gran actuación, qué dominio de las tablas, qué manera de representar aquel papel. Y qué maravillosa complicidad formó Terele en aquella obra con Marisa Paredes. Inolvidable pareja. He recordado estos días aquella emoción. Realizar un viaje exclusivamente para ver a una de tus actrices favoritas en una nueva obra de teatro. Para mí, pocas cosas hay comparables a eso. La felicidad existe. A ratos, claro. Como aquella noche, en Madrid, viendo la actuación de una de las más grandes actrices que ha dado este país. No hubo rastro de esa decepción que a veces surge cuando pones mucho empeño en una cosa determinada. Todo lo contrario.
Descubrí a Terele en aquel memorable trabajo dirigido por Pedro Olea, ‘El caso de las envenenadas de Valencia’. Palabras mayores. Lo que consigue Terele en esa interpretación conmueve y desgarra de tal manera que no importa las veces que la hayas visto. Hay algo que hace grande de verdad a ese trabajo: la humanidad que la actriz consigue transmitir a una asesina. Es algo prodigioso. Una de las cúspides de su talento, sin lugar a dudas.
Desde aquel descubrimiento, Terele se convirtió en una de esas actrices de las que, hagan lo que hagan, jamás te pierdes sus trabajos. Una de esas actrices que, sea mejor o peor la película o la serie en la que estén trabajando, ellas siempre están bien. Me vi todos los capítulos de ‘Cuéntame’ en los que ella salía, a pesar de que la serie no me gustó nunca. Era tal la fuerza que le otorgaba a aquel personaje que sólo pedías que le dieran más y más papel. Lamentablemente, su personaje desapareció pronto y no volví a ver aquella serie nunca más.
Sus grandes trabajos en ‘Los santos inocentes’, ‘La Celestina’, ‘La comunidad’, ‘La puerta abierta’, ‘El bar’… Y en todos esos cortos donde ella, con su presencia, apoyaba a los directores primerizos. Todos vinieron a mi cabeza la otra noche, cuando me enteré de la triste noticia de su fallecimiento.
Y la generosidad, claro, que tuvo al ponerle voz a un párrafo de mi novela ‘La mujer de al lado’ cuando la presenté en Madrid. Esa generosidad que dice mucho de la clase de persona que era. Una buena persona.
La otra noche se murió una actriz descomunal. Pero, sobre todo, se murió una buena persona. Sólo había que fijarse un poquito en sus ojos. Esos ojos que, aún más que su poderosa voz, lo decían todo. Recorrían el espacio donde se encontraba, y lo decían todo sin necesidad de palabras.
Qué bonito sería que un teatro llevase tu nombre, Terele.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades