Llevaba mucho tiempo detrás de ella. El otro día, buscando otro título, la encontré. Y me llevé una gran sorpresa, la de los hallazgos inesperados. «La isla interior», de Dunia Ayaso y Félix Sabroso. Una de esas películas que -quizá porque su temática se aleja por completo de la del resto de la filmografía de sus directores o quizá por otra razón- el tiempo convierte en una especie de películas malditas. Mal estrenada en su momento, imposible de encontrar en videoclubs ni en tiendas especializadas o de segunda mano, mucho más premiada en otros países que en éste. Ayer la vi. Sabía que había que estar preparado para ello. No es una historia fácil. Es un drama seco, austero, honesto, muy duro. La historia de una familia compleja, tocada por la esquizofrenia, la incomunicación y esos silencios que asustan más que cualquier grito desgarrado o estridente. Y otros demonios -vamos a decirlo así- que conviene no desvelar. La narración va y viene en el tiempo, pero no te da tregua. Todo es tan intenso que, si no fuera por lo bien contada que está, podría caer en el despropósito, la caricatura o el ridículo. No sucede nada de eso. Todo lo contrario. La vemos con el corazón en un puño, sobrecogidos, un poco aturdidos y un poco temerosos por las reacciones de estos personajes. Siempre alerta.

Las interpretaciones son esenciales para este tipo de películas. La historia, conjuntamente con el guión, se basa en ellas fundamentalmente. Tenemos unos intérpretes de primer orden, muy diferentes entre sí, que saben imprimir a sus personajes la contención y las dosis justas de intensidad para que nada se desmorone en el momento más imprevisto. Que conocen lo que es el trabajo en equipo. Nadie pretende destacar por encima del otro. Sus papeles son muy jugosos, y lo saben. No hace falta eclipsar a nadie.

Geraldine Chaplin y Celso Bugallo son los padres. Candela Peña, Cristina Marcos y Alberto San Juan, los tres hijos. Y Antonio de la Torre, en un papel clave, compone uno de esos personajes desalmados que tan bien se le dan. Todas las interpretaciones son de premio. Ninguno de ellos fue ni siquiera nominado a los Goya. Esas cosas que pasan.

El tiempo le hará justicia. Es lo que tienen las películas que, misteriosamente, se convierten en esa especie de películas malditas que antes mencionaba. Los años siempre juegan a su favor.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades