Estaba esperando a que cambiase la luz del semáforo, miré a mi izquierda y allí estaba ella, Aitana, a la que vería un poco más tarde en el teatro Campoamor, convertida en Maggie, la gata de Tennesse Williams, aquel señor que ahogaba sus penas en copas de vino blanco y ensoñaciones sureñas. Iba con el pelo (media melena corta) alborotado, la cara lavada, unos sencillos vaqueros y una americana beis y algo arrugada. Parecía una chica normal, pero no lo era. No lo era en absoluto. Hay muchas chicas esperando a que se cambie la luz de los semáforos: todos los días, a todas las horas, en todas las ciudades. Pero aquella era diferente. Deslumbraba. Destacaba de un modo especial. Sí, pese a la sencillez de su ropa y de su pelo, lo hacía. No pasaba inadvertida. Llamaba la atención. Por su belleza y por esa otra cosa que se tiene o no se tiene: podríamos llamarlo magnetismo, encanto. Aquella chica a la que había visto en el mismo teatro unos años atrás representando «El hombre deshabitado», de Alberti, estaba allí, esperando a que se cambiase la luz del semáforo. Cuando lo hizo, del rojo al verde, ella desapareció. Entró en el teatro por la puerta de atrás. Ya faltaba menos para verla sobre el escenario, reprochándole a su marido ese estado ausente en el que está durante toda la obra. Reprochándole que no piense en ella, Maggie, la gata sobre el tejado de zinc caliente.
Han pasado más de veinte años de esta historia. Aitana acaba de ganar el premio Valle-Inclán por su electrizante interpretación en «Medea» (alabada por la mismísima Nuria Espert, Medea por excelencia) y está a punto de estrenar otro Tennesse Williams, «La rosa tatuada», que permanece en nuestra memoria gracias a la Magnani (cine) y a la Velasco (teatro). Apostaría a que no pasarán más de cinco años para que Aitana se meta en la piel de Blanche Dubois. Después de seguir paso a paso su trayectoria, creo que ese personaje la está esperando como los dos esperábamos aquel día que el semáforo cambiase de luz, del rojo al verde, antes de que desapareciese por la puerta de atrás del teatro para ordenar su pelo (media melena corta), ponerse (para luego quitárselo en escena) aquel vestido blanco y maullar como Elizabeth Taylor (cine) y Jessica Lange (televisión), convertidas en la misma gata del señor Williams, ya habían hecho previamente.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades