Al modo de Isak Dinesen y su granja en África, podría decir que yo tuve una pequeña librería en esta ciudad. No hace falta haberla tenido para ponerse en la piel de la protagonista de la última película de Isabel Coixet, ‘La librería’, pero si la has tenido tal vez comprendas de un modo más inmediato la impotencia y la frustración que sufre esta mujer que sólo intenta sacar adelante su sueño. Sí creo que hace falta ser (o haber sido) librero para entender por unos instantes el empeño por cumplir ese sueño. Y también esa sensación -decididamente única- que te embarga cuando estás allí dentro, rodeado de libros, esperando la llegada del posible comprador. Ser librero es uno de los oficios más hermosos del mundo y ese momento al que me refiero es uno de los más placenteros que cualquier librero puede sentir en su trabajo. Hace siete años que, desgraciadamente, no vivo esos momentos, pero su recuerdo es tan intenso como si lo hubiese vivido ayer mismo. La magia no ha desaparecido. Ni creo -para ser sincero- que lo haga nunca.
No sólo del sueño de esta mujer nos habla Isabel Coixet en su película (basada en una novela de Penelope Fitzgerald), sino de la hipocresía y la maldad que reside en los habitantes de algunos lugares pequeños. Las críticas, los codazos, los cotilleos, las habladurías por la espalda, las zancadillas, el caciquismo… En fin, todo eso que está en el tiempo en el que se desarrolla la historia (los años 50) y también, ay, en la actualidad. En este sentido (no voy a desvelar nada), es particularmente escalofriante ese momento hacia el final en el que la cámara va enfocando a varios de los habitantes del lugar que tuvieron relación con la protagonista. Me parece tan terrorífico como aquella escena, también del tramo final, de ‘La semilla del diablo’, de Roman Polanski, en la que aquel siniestro vecindario rodea el cochecito donde se encuentra el hijo satánico de Rosemary. Resulta tremendo alcanzar a comprender la maldad del ser humano en toda su dimensión, las ganas de herir al de al lado, de erigirse en líder (soberbia, como acostumbra, Patricia Clarkson) de una panda de malvados hipócritas y de abusar del poder que otorga ese liderazgo.
La película tiene momentos muy brillantes y conmovedores. Todo lo relacionado con el personaje de Bill Nighy (espléndido) lo es. La relación que mantiene con la librera desde el principio, su último encuentro con ella, su última aparición…
Creo que ni los detractores de Isabel Coixet podrán ponerle pegas a esta película repleta de amor por los libros y por las personas que trabajan entre ellos. Todo ello está retratado en esta historia llena de dolor y de belleza.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades