Sharon Stone en "Casino", de Martin Scorsese

No creo que haga falta ser un mitómano desmedido para emocionarte con la concesión de un premio tan importante como es el Princesa de Asturias de las Artes para Martin Scorsese. Y si lo eres, un mitómano desmedido, la emoción está doblemente justificada. La memoria, a veces, puede ser un territorio frágil y resbaladizo. Sobre todo, si ya vas sumando unos cuantos años a la vida. Pero otras, cuando se trata de gente a la que llevas toda la vida admirando, no tiene nada de frágil ni de resbaladizo, sino todo lo contrario. Creo que podría recordar cada sesión de cine (en las salas de esta ciudad o en la penumbra de las madrugadas en casa) con la que me emocioné viendo una película de este señor, Martin Scorsese, que no sé si es un genio pero se le parece mucho. La lista de esas sesiones (en casa o en las salas) es larga porque muchas de sus películas forman parte de esas obras privilegiadas a las que vuelves una y otra vez. Es lo que tienen las películas que el tiempo, de forma natural, se encarga de convertir en clásicas.

Puede que fuese ‘Alicia ya no vive aquí’, en aquel glorioso formato VHS de vídeo, la primera película que vi del director neoyorquino. Una extraordinaria manera de retratar el mundo de las mujeres. Porque, entre otras virtudes importantes, destaca con fuerza esa: reflejar con muchísimo talento y acierto los personajes femeninos. Y a esa parcela de su cine va dedicado lo esencial de este texto. Allí no sólo estaba Ellen Burstyn ofreciendo una de las mejores interpretaciones de su carrera, Oscar incluido, sino Diane Ladd, otra grande de esa escuela de actrices maravillosas que nos ofreció el cine americano de los 70 y los 80. (¡Gena Rowlands, que estás en nuestros cielos particulares!). Y aquí, claro, no queda más remedio que detenerse en las dos mujeres que acompañaban a Robert De Niro en la tan legendaria como turbulenta ‘Taxi driver’, Cybill Shepherd y una jovencísima Jodie Foster, apuntando ya maneras de gran actriz. Sin lugar a dudas, la mejor interpretación de Liza Minnelli, dejando a un lado la Sally Bowles de ‘Cabaret’, es la que ofrece en ‘New York, New York’, película que, aún a día de hoy, creo que no ha recibido el reconocimiento que realmente se merece. Todo llegará.

No me olvido de Rosanna Arquette, siempre tan atractiva y buena (y desaprovechada) actriz, por partida doble: en ‘Jo, qué noche’ y en el episodio dirigido por Scorsese de aquellas ‘Historias de Nueva York’, junto a Nick Nolte.

Nunca estuvo más arrebatadora Michelle Pfeiffer, con permiso de su escena sobre el piano de ‘Los fabulosos Baker Boys’, que en ‘La edad de la inocencia’, adaptación de la famosa novela de Edith Warthon que el director hoy premiado dirigió con una exquisitez y elegancia desbordantes. ¡Hasta Winona Ryder, que no es santa de mi devoción, hilaba fino en sus manos!

Y qué decir de Juliette Lewis en el remake que realizó de ‘El cabo del miedo’. No creo que fuese una decisión tomada a la ligera la de escoger a Jessica Lange para el personaje de la madre de Lewis. De tal madre, tal hija. Y la sensualidad como marca de la casa en ambos casos. Aunque no se trate de la mejor cinta de su fructífera carrera, los encuentros entre Lewis y De Niro son antológicos. Puro morbo y pura adrenalina.

Pocos adjetivos nuevos se pueden añadir al impecable trabajo de Sharon Stone en ‘Casino’. El auge y el declive de aquella mujer desbordante no se puede imaginar hoy sin el talento de Stone, tan bella como desaprovechada durante todos estos años. Una lástima.

Hay más, claro. Pero creo que estas mujeres son un buen ejemplo de lo que un director con tantísima sabiduría puede hacer con grandes actrices. Y hay más historias, y actores masculinos (capítulo aparte también merecerían su colaboraciones con Robert De Niro), y está Nueva York, pero eso, analizado en profundidad, ocuparía demasiado espacio. Todo eso que permanece, imborrable, en nuestra memoria cinéfila.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades