Hacía calor. Caminaba lentamente, cerca del mediodía, de regreso a casa. La chaqueta colgando de la bolsa. El sol calentando mi rostro. La alegría de recoger la nueva y esperada novela de Cristina Sánchez-Andrade que Anagrama me acababa de enviar, ‘Alguien bajo los párpados’. (Recordemos su anterior y espléndido trabajo, ‘Las Inviernas’, en la misma editorial). No había mucha gente por las calles. Sí la había a esa hora en las terrazas que iba encontrando a mi paso, bebiendo cañas heladas: lo que propiciaban las temperaturas, el bullicio primaveral, la cercanía del verano. Iba pensando en la polémica que suscitaron (nuevamente) los pechos de Susan Sarandon en la inauguración del festival de Cannes, hace unos días. Qué cansina es cierta gente, sinceramente. Esa gente que hace caso omiso al célebre vive y deja vivir, tan necesario para la convivencia pacífica. Si tienes unos pechos hermosos, tengas treinta años o sesenta (muy bien llevados, por cierto, en el caso de Sarandon), y te apetece exhibirlos con estilo, ¿a quién demonios le importa?
Y de repente, la vi. Era una chica joven, digamos entre los veinte y los treinta. Venía hacia mí. Llevaba unas de esas gafas grandes de pasta que inmortalizó Diane Keaton en los setenta y que vuelven a estar de plena actualidad. De hecho, se daba un aire a la Diane de aquellos tiempos, que, por otro lado, con el poso de los años y fiel a sí misma, viene a ser la Diane de hoy en día. Iba leyendo, la chica. Caminando y leyendo. Eso sólo puede ocurrir cuando una lectura te está apasionando tanto que no puedes soltarla ni caminando, pensé. Aunque puede resultar algo peligroso. Porque así, caminando, aparte de tropezar con alguien que vaya despistado o muy deprisa, tampoco se encuentra la concentración debida. También pensé que si una muchacha entre los veinte y los treinta años va leyendo por la calle, cerca de un caluroso mediodía, ajena a todo lo que la rodea, no todo está perdido. A punto estaba de pasar por mi lado. ¿Qué irá leyendo con tanto interés?, me pregunté. Como, pese a todo, tiendo a ser optimista, pensé en algo interesante. Pasó por mi lado. Las gafas eran aún más grandes de lo que parecían a lo lejos y, de cerca, el parecido con la Keaton de los setenta era aún más evidente. La chica no tenía ojos más que para aquellas frases. Su paso era tan rápido y decidido que no pude distinguir de qué libro se trataba.
Y seguí caminando, buscando las sombras, ahuyentando la tentación de beber una de aquellas deliciosas cañas heladas que seguía encontrando a mi paso y pensando de nuevo en la absurda polémica relacionada con los hermosos pechos de Susan Sarandon, esa mujer que me fascina desde hace más de treinta años y que hace con su libertad lo que le da la gana, en Cannes o en cualquier otra parte. Por eso, aparte de por otras cosas (su talento, su talento), nos sigue cautivando de este modo.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades