Los tipos duros no bailan, decía Mailer. Pobre Norman. Todo el día peleándose con Truman Capote para ver cuál de los dos era más grande y tenía la lengua más afilada. Cada uno tendrá su opinión. Pero sin desdeñar al señor Mailer, me quedo con Capote. Inmenso hasta en los momentos más decadentes (‘Música para camaleones’). Los tipos duros no bailan, decía. Se equivocaba. Yo he visto a varios tipos duros hacerlo. Sam Shepard bailó durante muchas noches en mi habitación. Con Jessica Lange, naturalmente. En revistas y en películas, ya de madrugada. Hay tipos duros que saben bailar porque son unos románticos, no hay más que leer sus relatos con atención («¿Cuánto hace que la besé por primera vez y quién pretendía ser?»). Son conceptos que no están reñidos, por mucho que lo señalase el señor Mailer en aquella, por otro lado, apreciable novela. Esto es así.

Sam y Jessica, con música o sin ella, hacían saltar todas las chispas. Pocas veces se ha visto algo parecido. Quizá, junto a la formada por John Cassavetes y Gena Rowlands (y con permiso del matrimonio Burton-Taylor), sea la pareja más atractiva de la historia del cine. El movimiento de sus cuerpos, de sus miradas, de sus manos (hermosas manos las de ambos, incluso hasta el final, inevitablemente erosionadas por el paso del tiempo), de sus pies. Sin música o con una suave melodía que salía de la máquina de cualquier tugurio solitario. Algo de jazz o de country, según les diera. Podía ser Ella Fitzgerald o Patsy Cline, a la que la propia Jessica daría vida en ‘Dulces sueños’, junto a ese otro tipo duro que también sabe bailar, Ed Harris. Las noches eran largas y el amanecer te pillaba, como a ellos, derrotado y ansioso, esa cruel y excitante combinación que rara vez te permite dormir. El runrún de la lluvia hacía rato que se había mezclado con el calor. Siempre hacía mucho calor. Un calor sofocante, aunque estuviésemos en el norte. Y una luna casi llena se perfilaba al fondo, desafiante. Eso también lo recuerdo.

Hay bailes que no se detienen porque las personas desaparezcan. Hay bailes que repicotean en la memoria, insistentemente. Como el rumor de la lluvia al otro lado de los cristales, como el del viento meciendo o arrasando la hierba en mitad de la noche, o el del hacha rasgando la madera bruscamente, no importa si luce un tórrido sol o ya han empezado a caer las primeras tormentas de nieve.

Hay tipos duros que bailan y lo hacen todo bien, incluso lo que para otros está considerado como algo mal visto: todos tenemos un lado oscuro, apuntó hace unos días con lucidez y sinceridad la propia Lange. Sam Shepard era uno de esos tipos.

El gran sueño del paraíso, como tantas otras cosas, sigue pendiente.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades