He releído estos días «Moon Tiger», de Penelope Lively, publicado por Contraseña Editorial. En ella, una historiadora, Claudia Hampton, repasa, a sus setenta y seis años, desde la cama de un hospital londinense, lo que ha sido su vida, aunque ella imagina que está escribiendo una historia del mundo. Una mujer que siempre ha hecho lo que ha considerado oportuno, desafiando a quien hiciese falta. Los diálogos con su hija, los recuerdos de los hombres que pasaron por su vida, el amor, la familia, el trabajo, las luchas, los avatares de una larga trayectoria que ha intentado vivir libremente… La que ahora recuerda, al borde de la muerte, en esa cama de hospital. Se trata de una de esas novelas que uno va dosificando para que no se terminen, aunque sea en una segunda lectura. Creo que con esto está todo dicho. Lively, como ya dejó claro en «La fotografía» (también en Contraseña), es una narradora excepcional. Sus libros merecen estar en el fondo de cualquier librería, al margen de modas pasajeras y demás estupideces que tenemos que ver cada semana en las mesas de novedades.
Siendo sinceros, el relato del que también voy a hablar no es nuevo precisamente. Se escribió hace unos cuantos años ya. Cuando Alice Munro aún no había ganado el Nobel (ni siquiera era candidata por entonces) y escribía con sus hijos cerca, arañando el tiempo a las tareas domésticas, a las horas de sueño. Se titula «El progreso del amor» (relato que da título al libro) y es uno de mis cuentos favoritos de la escritora canadiense, una de esas historias a las que uno vuelve de vez en cuando. Una mujer recibe la noticia de la muerte de su madre. Y eso le sirve para hacer un repaso -a veces tierno, a veces demoledor- a la personalidad de la madre y la del resto de su familia. Alice va y viene en el tiempo, como casi siempre. Rememora los años pasados, se sitúa en el presente, vuelve hacia atrás. No necesita demasiado espacio para contarnos la historia de esa familia, sin embargo, en cada nueva lectura, uno siempre encuentra un detalle que se le había escapado. Una palabra, una sola, en las lecturas de Alice Munro, es muy importante. Una palabra es suficiente para que las piezas encajen como deben hacerlo. No son puzles complicados, como algunas personas piensan. Son puzles que (casi siempre) recorren vidas enteras: sólo eso. Por eso hay que leerla con atención, disfrutando del texto, pendiente de cada detalle. Porque, en cada uno de esos detalles, puede esconderse más de una clave. La definitiva, seguramente.
El Día del Libro se acerca. Sirvan este par de libros de los que hablo hoy como recomendación para ese día (o para cuando sea propicio). Por si a alguien le pueden interesar. Yo me voy a quedar un rato mirando esa fotografía de la propia Alice Munro que venía hace un tiempo en el periódico y que preside desde entonces mis estanterías. Una mujer, Alice, ya octogenaria, en la cocina de su casa, sentada a la mesa, pensando en quién sabe qué cosas, dirigiendo la mirada a un frutero, al vuelo de una mosca… Deteniendo esa mirada en algún recuerdo, en uno de esos detalles donde siempre está la clave de sus historias, también de las nuestras.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades