Siempre quise tener un sombrero
como el de Liza en Cabaret.
Saber jugar con él.
Acariciarlo como acaricias
el sexo de quien duerme
a tu lado, ese deseo.
Mover el cuerpo al compás
de la música.
Aún era muy joven,
y por eso no sabía
que imitar a los genios
es tarea imposible.
Me perdía en la pista
de aquel local lleno
de humo y alcohol y risas
(La Santa Sebe),
y besaba las bocas
de algunos hombres que,
como yo,
también pensaban que estaban
en la pista de Studio 54,
aquella disco de moda
donde Liza bailaba y
hacía otras cosas que no es
necesario contar aquí.
Los años fueron pasando
y nunca supe mover
el sombrero como ella.
Ni siquiera tuve uno igual.
Porque aquella vez que
encontramos uno muy parecido
en un mercadillo
de Londres, nos costaba más
que las tres noches de hotel.
Hace mucho tiempo que solo
beso una boca y
eso,
sin duda,
es un buen regalo.
Como también lo es que
Liza, pese a todo,
siga cumpliendo años.
Aunque tal vez ahora
ni ella misma se acuerde
de mover el sombrero
como entonces,
aquellos gloriosos 70.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades