No suelo ir al supermercado Día que tenemos al lado de casa porque siempre me apena entrar allí y recordar que en ese lugar estaban los cines donde probablemente pasé más horas de mi juventud, los Clarín. Cuando entro -rara vez, ya digo- siento que de alguna forma estoy traicionándome a mí mismo. Tampoco suelo ir a menudo a la librería Aldebarán, que está justo al lado, porque recuerdo los años en los que trabajé allí y uno con la edad y determinadas circunstancias siente que la nostalgia es como ese agua del mar que a veces parece estar un tanto aceitosa y de la que no podemos desprendernos de ella hasta llegar a casa y ducharnos con abundante gel y agua muy caliente. Sin embargo, curiosamente, el otro día entré en ambos sitios. Teníamos unos vales de descuento para no sé qué productos y había que aprovecharlos, pero yo allí no me centro muy bien en lo que estoy comprando: siempre trato de ubicar dónde podría estar aquella butaca de la sala 3 (tapizada en rojo) en la que siempre me sentaba o aquella otra de la sala 2 (tapizada en verde) donde una vez un tipo que se parecía a Antonio Banderas de joven trató de meterme mano en la última sesión del día. En esos momentos, intentando localizar aquellas salas desaparecidas, me siento un poco perdido y tengo la sensación de que el vigilante que se encuentra detrás de la cámara (si es que hay un vigilante detrás de cada cámara) está pensando que planeo robar algo. Quizá el vigilante, si es que existe y está por allí, ni sepa que en ese lugar había unos cines con tres salas y que en una de ellas (la de las butacas tapizadas en rojo) se podían ver películas en versión original, qué tiempos. Creo que ‘Sexo, mentiras y cintas de vídeo’ fue una de las primeras que se pudieron ver en aquellos ciclos. ¿Qué fue de Andie MacDowell?, por cierto. Nunca fue una de mis actrices favoritas, pero en esa película estaba bastante bien.

El caso es que cuando entraba en el supermercado, descubrí que estaban poniendo en el escaparate de la librería mi diario y que una clienta habitual me llamaba para que lo viese y para que, de paso, le firmase un ejemplar. Ahí, en la librería, también se agolpan los recuerdos y me siento un tanto aturdido. Puede que me esté haciendo mayor de una manera vertiginosa o puede que siempre estemos tratando de atrapar aquellos lugares donde hallamos instantes de felicidad para recordarnos a nosotros mismos quienes fuimos y quienes somos. Nada de esto se puede descartar.

Después de todo, entre los malditos recuerdos y el calor, me senté en una terraza a tomar una cerveza bien fría y, apuntando todo esto en el cuaderno de tapas negras que siempre llevo en la bolsa y leyendo ‘Los siete años de abundancia’ -esa especie de diario que recoge siete años de la vida de Etgar Keret-, se hizo de noche.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades