Todo el público está en pie. La función ha terminado. Los aplausos duran más de diez minutos. La actriz, Concha Velasco, sonríe y saluda agradecida por esa extensa y efusiva ovación. Muy merecida, sin duda. Ella, la Velasco, que tantos personajes (de tan diferentes autores) ha interpretado sobre esas tablas en las que ha ofrecido lo mejor de sí misma como actriz, acaba de dar vida a Juana de Castilla, Juana la Loca. En la última jornada de su vida, recuerda todo lo anterior. El camino ha sido largo y complicado. El cansancio hace mella en sus palabras y en sus huesos. Las arrugas de su rostro y de sus manos explican a la perfección la fatiga del recorrido, la incomprensión acumulada durante años, la balanza que apunta hacia la cordura y también hacia la locura. Los padres, los hijos, los nietos, el amor desmedido, la vejez, los celos, la lucidez, el encierro, el frío, la añoranza, los presentimientos, los quebraderos de cabeza, las traiciones, las venganzas, las tormentas políticas, la trémula luz, la soledad, el odio, el final… El final que se adivina. El final inminente. Todo son recuerdos ya. Violentas sacudidas de la memoria. Ramalazos de desequilibrio y contradicción y ramalazos de extrema lucidez.

El monólogo –firmado por Ernesto Caballero y dirigido por Gerardo Vera– es tremendo y durísimo, más de hora y media en un escenario casi desnudo. Va y viene en el tiempo, de niña a anciana, de la ternura a la emoción, del miedo a la claridad más absoluta, de la luminosidad a lo más oscuro y sombrío. De los jardines frondosos de la infancia al camastro helado donde ahora grita, llora, aúlla, busca consuelo, se retuerce, se sigue rebelando y, finalmente, sin rastro de dulzura, se adormece. La actriz lo interpreta de modo brillantísimo, con esa manera impecable que tiene de decir el texto (el dominio absoluto de la voz), de meterse en la piel de cualquier personaje, de atrapar cada matiz (por insignificante que sea).

Sí, la Velasco es una de esas actrices que pueden con todo lo que le echen. Una de las más completas de este país. Comedia, drama, musical… Creo que en el drama se crece aún más. Pero aquí, sinceramente, se ha superado a sí misma. Parecía imposible, lo sé, pero así ha sido. De ahí, con toda lógica, la inmensa ovación: más de diez minutos. Todo el público en pie, completamente entregado. No hay otro sonido más que ése, el de los eufóricos y constantes aplausos. Y ese fugaz pensamiento que pasa por mi cabeza: Que este pedazo de intérprete no tenga un Premio Max en su casa como mejor actriz protagonista me parece más que una injusticia, un auténtico despropósito. Y sigo aplaudiendo, con la misma euforia que el resto, casi enmudecido. Consciente de haber presenciado una interpretación memorable y de que si esta señora fuese americana tendría varios Premios Tony en sus estanterías.

Reina Juana está de gira por todo el país.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades