Hay escritores que sólo por una de sus obras merecerían todos los respetos, todos los halagos, todos los honores. Es el caso del dramaturgo Edward Albee, que se acaba de morir en Nueva York a los ochenta y ocho años. Autor de diversas obras, ganador del Pulitzer en varias ocasiones, siempre será recordado por escribir una de las más punzantes y volcánicas historias sobre las relaciones de pareja, ¿Quién teme a Virginia Woolf?. Pasarán los años y la obra seguirá ahí, vigente e indestructible, porque el tema que aborda no dejará de tener sentido mientras siga habiendo seres humanos sobre la faz de la tierra. Creo que, ni antes ni después, nadie se acercó de un modo tan tremendo y descarnado a la intimidad de una pareja: a sus miedos, anhelos, frustraciones, complicidades, fragilidades y desvaríos. Martha y George se aman y se odian. Se despellejan, se muerden, se desnudan, se destrozan, se necesitan. La obra es realmente salvaje. No hay compasión, no hay clemencia. Son dos exhibicionistas. Son dos alcohólicos desesperanzados, heridos, arañados por el destino, por el tiempo y por sus propias y afiladísimas garras. Son dos fieras que se dejan llevar por la pasión, por los celos, por los problemas, por los fantasmas, por el carácter desbordante de ambos. Sí, de ambos. No hay buenos ni malos. Sólo dos seres humanos -un hombre y una mujer- que aúllan, que dan rienda suelta a la furia, que desatan los instintos más oscuros, escondidos y primarios. No tienen límites. No tienen pudor. Y esa ausencia de límites y de pudor los vuelve, si cabe, aún más vulnerables. Nosotros, observamos.
La obra se ha representado cientos de veces en todo el mundo. La elección de los actores es primordial para que todo discurra como el autor propone en su brillante y mordaz texto. Martha, aparte de alcohólica, es una mujer deslenguada, ordinaria, caprichosa, desgarrada, casi violenta. Y George, pese a las apariencias iniciales, tiene su carácter, marca su territorio. El actor que lo interprete debe tener la capacidad de ponerle freno al torbellino de Martha y, a la vez, sacar lo más rastrero que hay en ella, que no es poco. No es un juego fácil. No es una función sencilla. Todo lo contrario. Por eso se necesita un actor a la altura de su compañera de escena. Y que haya química entre ambos, complicidad. Icónica es la película de Mike Nichols sobre la obra, con unos sublimes Richard Burton y Elizabeth Taylor, en lo que, probablemente, constituye el mejor trabajo de sus respectivas carreras. Ella se llevó su segundo Oscar y él se quedó entre los cinco finalistas. Kathleen Turner y Bill Irwin (él consiguió el Tony), que la representaron hace unos años en Nueva York, también me parece una elección acertada. La noche que cené con Charo López le dije que me parecía la actriz española más indicada para representarla en este país. Ella soltó una de sus rotundas carcajadas y dijo: Probablemente, probablemente…
Y al final, es él, George, con la mano puesta sobre el hombro de su esposa, el que hace la pregunta: ¿Quién teme a Virginia Woolf?
Y ella, Martha, ya desencajada, indefensa frente al inminente amanecer del domingo, responde: Yo le temo, George. Yo le temo.
Y la atención se fija entonces en los árboles del jardín. Y después, el fundido en negro. O el telón.
La poesía, como siempre, avanzando en medio de las ruinas. La poesía, finalmente, como única forma de redención. Hasta la siguiente batalla.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades