A Laura le pone triste escuchar a los Smiths. Aunque los escucha, le pasa eso. La culpa es de Diego. Del tiempo que pasaron juntos. Era el grupo favorito de aquel chico que conoció en la facultad y del que se enamoró. Estuvieron casi diez años juntos. Con el tiempo, Diego consiguió que también fuese uno de sus grupos favoritos. Le echa de menos. Sobre todo, en días especiales. Laura cumple hoy treinta años. Hace seis meses que se separaron. Todo se embarulló de forma inesperada y, si le preguntaran, no sabría explicar muy bien los motivos. La vida siempre es extraña y retorcida. Y a veces pasan estas cosas.

Laura es enfermera, vive en Londres, trabaja en un buen hospital. Ha conseguido que este día coincida con uno de sus descansos. No sabe muy bien para qué. Se meterá en un cine y, después, tal vez tome una copa de vino en algún sitio. No quiere quedar con Martha, la única amiga que hizo en el hospital durante estos meses, pese a la insistencia de la pelirroja. Mejor así. Se meterá en un cine, a primera hora de la tarde, para ver lo que Almodóvar ha hecho con los cuentos de Alice Munro. Ya le gustaba el nombre de Julieta antes de que la escritora y el director lo utilizaran para su personaje. A veces piensa que si algún día tuviese una hija podría llamarla así, Julieta. Diego le regaló aquel libro, ‘Escapada’, cuando se publicó. Si tiene ganas de llorar, le echará la culpa a la película. Y a la Munro. Y eso hace, después de arreglar la casa y comer algo rápido, se mete en un cine. Está medio vacío. Le gusta la película. Ha llorado, sí. La culpa es de la historia. Cuando sale a la calle, ya es de noche. Enciende el móvil y le llegan varios mensajes. Uno de ellos es de sus padres. “¿Dónde estás, hija? Te hemos llamado hace un rato. Luego lo intentamos de nuevo. Feliz cumpleaños”. Otro, el que relee varias veces, es de Diego. “Me he acordado. Felicidades. Sí, te echo de menos”. No dice nada más. No hay besos.

Laura entra en un bar, se sienta en una butaca al lado de la cristalera, pide un vino tinto y después otro. Nina Simone, de fondo, dice que a su chico sólo le preocupa ella. Un tipo con sombrero y edad incierta la mira, le da un pequeño sorbo a su whisky y anota algo en una moleskine de tapas rojas. Laura, ajena a la mirada de ese tipo desde la barra, sabe que al tercer vino le llamará. Mañana quizá se arrepienta. No importa. Hoy es su cumpleaños. Tiene derecho a regalarse algo. Lo que le dé la gana. Está lejos de su ciudad, de sus padres, de sus amigos. Suena el teléfono. Es Martha. Su melena pelirroja y su cara risueña y llena de pecas aparecen en la pantallita del móvil. No contesta. Deja que suene hasta el final. Y luego, aún sin haber pedido el tercer vino, le llama.

Diego, en Madrid, acaba de hablar con Laura. Camina, eufórico, por la Gran Vía, en dirección a casa. Ha comprado la biografía de Morrissey publicada por Malpaso. Y ha pedido que se la envuelvan con papel de regalo. La chica de la caja se ha esmerado. Aunque él no se percató, ella le sonrió varias veces. Diego sólo piensa en la semana que viene, cuando le dé el regalo a Laura. Él aún no ha leído el libro, pero no piensa hacerlo hasta que lo haga ella. Ahora, en medio de ese gentío que llena las calles del centro de Madrid un sábado por la noche, el corazón le late a toda velocidad. El brillo de sus ojos ha cambiado después de la llamada. De repente, se echa mano al pelo y se maldice en voz alta por habérselo cortado la semana pasada. A Laura le gusta cuando se lo deja largo. Diego recuerda muchas veces sus manos acariciándoselo. Recuerda la suavidad y el olor a crema de vainilla de aquellas manos. No se trata únicamente de algo sexual. Ahora sólo piensa en llegar a casa cuanto antes y sacar el billete de avión. Imprimirlo y tenerlo cerca. Bajar la maleta del armario y llamar a su hermana para que se haga cargo del gato. Hacía tiempo que no sentía una euforia parecida.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades