Eran rabiosamente jóvenes, guapos, atractivos, sensuales, sexuales, blancos, negros, mulatos… Bailaban. Madonna los contrató para su Blond Ambition World Tour, a principios de los noventa. Recorrieron el mundo con ella. Se creían en la cima porque estaban en la cima. La gente que iba a aquellos conciertos exhibía carteles donde decían I love you Madonna y también otros donde decían que los querían a ellos, a los bailarines, con sus propios nombres. Pocas veces se había visto algo igual. Madonna y su provocativo espectáculo, decían los más retrógrados. Madonna censurada no sé dónde, podías escuchar en las noticias y leer en los periódicos. El Vaticano, la Iglesia, los conservadores y ese eterno blablablá repicoteando. A ella le daba igual. O eso parecía. Y por eso los jóvenes (chicos y chicas) inquietos de todo el mundo, los que despertaban a una sexualidad diferente, la aplaudían, la seguían, la adoraban. Madonna, en lo más alto. Y ellos, los bailarines contratados para aquel show, también. Luego vendría el documental que se grabó durante la gira, ‘En la cama con Madonna’, y se añadiría más polémica a la polémica, más veneración a la veneración, más dólares al fajo ya repleto de dólares. Con ella, el (buen) espectáculo estaba servido. Ya era una estrella. Una estrella de verdad. Eso, polémicas de cualquier tipo al margen, había quedado claro desde el principio. No era -el tiempo acabaría demostrándolo definitivamente- una estrella fugaz. En modo alguno. Ahí sigue, con sus casi sesenta años, al pie del cañón. Los retrógrados, dicho sea de paso, también.

Aquella multitudinaria y exitosa gira, la gira que llevaba la palabra libertad como emblema, llegó a su fin. Y cada uno de los que la habían hecho posible debía continuar por su lado. Y así sucedió. Un interesante documental que puede verse en Netflix nos cuenta ahora el verdadero camino que les aguardaba a ellos, a los bailarines cuyos nombres también aparecían en los carteles que aquellos jóvenes agitaban mientras entonaban las pegadizas canciones de la diva y bailaban con sus ritmos.

El documental es la historia del después, la cara B y despiadada de aquella gira, los estragos de una fama relativa. El tiempo los engulló. Hay que decir que ellos contribuyeron en parte a que esto fuese así. Se perdieron, cada uno a su modo. Y también cada uno a su modo, vivió su propio calvario. Drogas, noche, alcohol, enfermedades, oportunidades que no llegaban… Seguían creyéndose en la cima, pero la cima, para ellos, hacía rato que se había desmoronado. Tardaron en enfrentarse a la realidad. El documental cuenta, desde el presente, aquel desmoronamiento. Ellos mismos lo hacen con sus propias voces, con sus propios recuerdos, con sus propias frustraciones, con sus propias heridas. Abiertamente. Mirando al pasado y mirando a la cámara. Sus rostros (evidentemente) han cambiado, están cansados, pero el viaje aún no ha terminado. Cabe aprovechar lo que queda de trayecto desde otro ángulo, con ese bagaje -deseado y, sobre todo, no deseado- a cuestas.

Decididamente, que la vida iba en serio uno siempre termina por aprenderlo demasiado tarde.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades