La expectación era grande. Carmen Maura se prodiga poco en el teatro. Y había muchas ganas de ver a la actriz madrileña sobre el escenario. Se notaba en el ambiente durante los momentos previos: tanto en el recinto del Niemeyer, donde el público disfrutaba del buen tiempo en la terraza o se deleitaba con la exposición de Sorolla, como en el interior de la sala, minutos antes de que se alzase el telón. Costumbre ésta, por cierto, la del telón bajado hasta que comience la función, que, como ya he apuntado en otras ocasiones, debería recuperarse definitivamente. En ese pequeño detalle, se esconden una magia y un misterio a los que el público tiene derecho.

El atentado terrorista -asumido por el Estado Islámico- que tuvo lugar en el bar gay Pulse de Orlando (Estados Unidos) hace un par de años es el punto del que parte Guillem Clua para contarnos su historia. La historia que reúne a Amelia, una severa profesora de canto, y a Ramón, un joven interesado a toda costa en que la profesora le ayude a entonar la pieza que da título a la obra para cantar en un homenaje a su madre fallecida, ‘La golondrina’, dirigida por Josep María Mestres. No conviene desvelar nada, como es natural. El texto (excelente) se va abriendo poco a poco y a medida que lo hace, crece el interés por lo que nos están contando y también el tono de ambos actores, Carmen Maura y Félix Gómez. Maura compone a una madre atravesada por el dolor y una fragilidad de la que intenta huir desde la más absoluta contención (pensemos en el detalle de las clases a las que se apunta: ahí está la clave de esa contención, lejos de un dramatismo que, de haber tenido lugar, hubiese dado una interpretación completamente diferente), lo que es muy de agradecer, y Gómez, lucha con todo su talento para no quedarse atrás ni un solo segundo. Y lo consigue, ciertamente.

Mentiras y verdades. Miedos y reivindicaciones (más que necesarias, una vez más) sobre la condición sexual de cada persona. Vendas que se arrancan de los ojos y que, al hacerlo, no provocan dolor sino una extraña, necesaria y silenciosa liberación. El dolor continuará pero ya transformado porque, como apunta el propio texto, lo que realmente nos hace humanos es la capacidad de sentir como propio el dolor de los demás; eso es lo que nos diferencia de las bestias.

El pensamiento y la reflexión, podríamos añadir, también nos diferencian de las bestias. Y ambas cosas, pensamiento y reflexión, en medio de ese baile inesperado y necesario que reúne a ambos protagonistas, se tejen con soltura, con naturalidad, con sabiduría (también con sentido del humor), dejando en el abarrotado patio de butacas más esperanza que congoja, más luminosidad que tiniebla.

La obra sigue de gira por numerosas ciudades y recalará en el teatro Infanta Isabel (Madrid) en marzo de 2019

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades