La elegancia, la sutileza, la transparencia, los matices. Esa manera de interpretar que nunca parece forzada ni impuesta. Interpretar como si no se estuviese interpretando, sino como si ese personaje fuese desde siempre una parte más de su interior y que ahora, de modo natural, sale a flote. No hay secreto en todo esto. Sólo abundantes dosis de talento y de preparación. Muchas mujeres, claro: en cine, teatro y televisión. Mujeres que ocupan todo el metraje y mujeres que con quince minutos se convierten en inolvidables. (Pienso ahora, a este respecto, en las dos últimas interpretaciones que he visto de ella: en la recomendable serie de televisión ‘Man in an Orange Shirt’ y en la película ‘Las estrellas de cine no mueren en Liverpool’, donde Redgrave interpreta a la madre de Annette Bening, que, a su vez, se mete magistralmente en la piel de Gloria Grahame). Mujeres con muchas cosas que decir, con personalidad, con entereza, con rebeldía. Mujeres que persiguen un sueño, que controlan sus temblores, que luchan contra las injusticias, que se posicionan en tiempos inhóspitos y peligrosos, que no entienden el mundo y se rebelan (furiosamente, si es necesario) contra él, que pasean por un jardín como si ese paseo fuese el placer más intenso y arrebatador de este mundo, el único necesario, el único posible (que también puede ser).
Puedes sentir los pies de Vanessa Redgrave sobre la hierba y tener la sensación de que pocas cosas importan más en ese preciso momento. Ella, la actriz que acaba de recibir el León de Oro en el Festival de Venecia (hace años, en el de San Sebastián, en un acto tan emotivo como gozoso para cualquier persona cinéfila, Nuria Espert le entregó el Donostia, que este año recaerá -y ya era hora- en otra gran actriz británica, Judi Dench), consigue elevar a sublime categoría el más insignificante de los detalles. Esos pies sobre la hierba, casi en penumbra, sólo es uno de ellos. Los demonios interiores, si los hay (suele haberlos, suele haberlos), permanecen contenidos. La mirada se encarga, por momentos, de saber que también existen, pero que permanecen ahí, férreamente controlados. El control, sí, como una sabia y poderosa manera de entender el mundo, de explicárselo a uno mismo y a los demás. Todo eso, que está en la manera de interpretar de Vanessa Redgrave, no deja de ser también una manera de entender el arte, el cine, las historias que conforman la vida y las que luego se incluyen en esas dos horas de representación. Cuando el mundo cotidiano, el nuestro, queda muy lejos de la oscuridad de esa sala de cine o de teatro.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades