Según el escritor Alberto Olmos, la novela negra nos enterrará a todos. En una reciente columna de prensa arremetía contra el género policiaco, hablando literalmente de plaga, de saturación que copa mercado, premios y bibliotecas. Es evidente que se trata de un género de moda y al que se apuntan cada vez más novelistas, sin contar con quienes ya lo practicaban con asiduidad. Pero yo me cuidaría de hacer una causa general, de meter todo en un mismo saco. Algunas de las afirmaciones hechas por Olmos son acertadas pero uno no deja de preguntarse si las filias y fobias particulares pueden ser criterios válidos de juicio.
Cierto que la abundancia es sospechosa y que no es oro todo lo que reluce. De folclore policial habla el novelista, y apocalíptico como se pone, asegura que la proliferación de lo negro supone prácticamente el fin de la literatura. En la mayoría de los autores del género no hay ni un gramo de esa sustancia blanca que define este arte: el estilo. Todos los narradores policiales escriben igual. Contundente, ¿no?
Recuerdo la lectura del primer volumen de la saga «Millenium» como una lectura agradable, frenética por momentos, aunque sin ninguna frase o destello que llevarme a la memoria. Me parecía un guión escrito con oficio, sin más. Y me temo que con esta opinión le doy la razón a Olmos. Sin ser un voraz lector de novela negra, he leído, creo, la suficiente para no ser tan pesimista. Cuando me preguntan, suelo responder que si una novela policiaca, además está bien escrita, es el goce total. Como la coartada de esta clase de historias suele ser su trama, un elemento con tal sustancia adictiva, suele solaparse cualquier otra virtud que asome en el relato.
Manuel Moyano (Córdoba, 1963) es un novelista de dilatada y elogiada trayectoria. Basta con recordar que en 2001 ganó el Premio Tigre Juan con su primera obra: «El amigo de Kafka» o que resultó finalista del Premio Herralde en 2014 con «El imperio de Yogorov».
La editorial asturiana Pez de Plata ha publicado recientemente «La agenda negra»: una incursión del autor cordobés en la literatura policiaca. Las notas de prensa y la contraportada del libro nos advierten de que nos encontramos ante una novela de tintes «chestortianos «. No seré yo quien diga lo contrario. Sin embargo, lo que a mí más me llama la atención del libro de Moyano es la elección de un narrador / protagonista (Ulises Roma) empujado por una mezcla explosiva de curiosidad y desesperación. Y que a veces parece un patán, a veces un héroe a su pesar.
Las peripecias de Roma nos llevan, como ocurre con los mejores casos, al corazón de un dilema moral: la práctica de la Ley del Talión como alternativa a una justicia lenta y blanda por alguno de los personajes de la historia. Desde la óptica de este conflicto, «La agenda negra» crece como libro, toma vuelo. No se conforma con ser un simple animador de nuestro tiempo libre.
Fernando Menéndez es escritor
@Fercantona