Uno de los crímenes abominables de la civilización occidental y la cultura cristiana ha consistido precisamente en convencer a las grandes masas populares de que las palabras sólo son elementos significantes. Ni el Arco Triunfal de Tito / tras destruir Jerusalén. / Ni la Quinta Avenida / cubierta de papelines de colores, / cuando Mac Arthur regresó / de Corea. / Tan sólo dos hombres cualquiera / que penetraron en un camino, / dejando a su paso un revuelo de pájaros / y amarillas flores de retama. / La primavera no tiene manos serviles. Al escribir llega el momento de cerrar los ojos a las palabras, de abandonarlas a la corriente que se lleva todo hacia el pasado común. Según hablas del mundo / prende el mundo. Han sustituido la alegría de vivir por la alegría de ser de un sitio. El afán / de querer escribir todo cuanto veo. / No lo que miro, sino lo que veo. Todo lo que uno anota es ya demasiado viejo. Cuando el hombre que escribe tiene miedo de una palabra es que ha comenzado a escribir. Lo real llega a dar frutos irreales. Un escritor que no tenga una herida abierta no es para mí tal. Puede que prefiera ocultarla, sí, por orgullo, no quiere ser compadecido, pero ha de tenerla. Mas si no llegas moriré de soledades prematuras. Este es mi mandamiento: sé responsable con los demás y frívolo contigo mismo. Han envejecido / mal / porque han / vivido / sin enfoque.
Han escrito este fragmento de mi autobiografía los siguientes escritores: Roque Dalton («Prosoemas»), Miguel Suárez («De entrada»), Héctor Bianciotti, Antonio Méndez Rubio («El fin del mundo»), La Estrella de David, Concha García («Ayer y calles»), Elías Canetti («Hampstead. Apuntes rescatados 1954-1971), George Oppen, Pedro Provencio («Deslinde»), José Viñals («Animales, amores, parajes y blasfemias»), Belén Gopegui («La conquista del aire»), Charles Bukowski («20 poemas»).
Fernando Menéndez es escritor
@Fercantona