Sostenía yo maquinalmente el bolígrafo apuntando hacia las cosas. Cuando me di cuenta, lo desvié de inmediato en otra dirección, en la que no había nada. Todo lo que no llora de un lado lo llora del otro. Es cierto. Basta una palabra para abandonar una vida y penetrar en otra. A menudo la calidad del mundo depende de un simple monosílabo.
La tormenta,
como Dostoievski,
construye cuando enumera.
El asombro produce una especie de ensanchamiento de la realidad, como si la habitación o la plaza donde estamos se ampliara o se iluminara: como cuando deseamos que nos llenen la copa y nos llenan la copa. Frivolidad, esa dilatación de alegría necesaria para la gracia. Sereno occidental, entre las plantas.
No hay telegrama hoy
Sólo más
Hojas que caen.
No te das cuenta de que la vejez y la escritura se parecen mucho. Son la única posibilidad de transformar la vida, que es una enfermedad. Caminar tres calles para devolver un paraguas le destroza el corazón. Tan pequeño ha llegado a ser. La canción más tonta le detiene, y le obliga a regresar a la cama para taparse la cabeza con las mantas.
Los amigos son una segunda existencia.
Toda amistad genera su patología.
Un hermano / siempre es un yo salvaje.
Elegante, discreto, inteligente, demócrata de verdad.
Han escrito este fragmento de mi autobiografía: Peter Handke («El peso del mundo»), Jack Kerouac («Libro de haikus»), Justo Navarro («F.»), Yasmina Reza («El alba, la tarde o la noche»), Ricardo Menéndez Salmón («Gritar»), Mariano Peyrou («Estudio de lo visible», «La sal»), Enrique Vila-Matas («Hijos sin hijos», «Dietario voluble»), Ray Loriga («Ya sólo habla de amor»), Gonzalo Hidalgo Bayal («Campo de amapolas blancas»).
Fernando Menéndez es escritor
@Fercantona