«El agua que rezuma de la tubería rota…» Con qué contundencia y belleza defines la escritura, su trascendencia y a la vez su humildad (un agua que desborda una tubería: tránsito por el que discurre un agua contaminada, contaminada por la vida, pues, ¿acaso no es vida lo fisiológico?). En esa sentencia final hay un apelación a la humildad y no al entronamiento del oficio de escribir.

Agua que rezuma porque desde la primera página abres compuertas y dejas que una crecida vaya subiendo según avanza la novela anegando lo que es necesario anegar y regando y reviviendo lo que es preciso revivir. Qué contento tiene que estar Rafa Chirbes (él, que respetó como nadie la simbiosis fondo / forma, «Crematorio» es un culminación de ello) de saber que tú vienes de lejos recogiendo ese testigo y alcanzando altura con «Farándula». Porque no me convence mucho esta resituación actual en la que músicos y escritores se dicen: ahora toca y, ebrios de compromiso, cambian el cuarto por el púlpito. Ya me viene de antes. Tampoco entendí nunca a los escritores con arraigado discurso progresista cuya escritura luego resulta formal y estéticamente conservadora. En la existencia de una escritura que no es blanca ni homologable (tal es el caso de «Farándula») se da ya un posicionamiento  que va más allá de lo estético. Desde este punto de vista, Góngora, por ejemplo, me parece un autor mucho mas político que aquellos que exponen y pasean su compromiso.

Lo verbaliza muy bien ese regalo de última hora, ese precioso as en la manga que te guardabas, que es el personaje de Mariana: «el teatro hoy es más político que nunca sólo por el hecho de seguir siendo teatro. Sin pantallas interpuestas o distorsiones de la voz. Por su dimensión física». Fantástico, Marta. Y donde Mariana dice teatro quiero ver novela, poesía, literatura al fin y al cabo.

Según leía tu novela, lo hacía a la luz de unas declaraciones que había leído de Juan Mayorga: «Creo que la cualidad fundamental de un artista debería ser el coraje y que esa habría de ser también la cualidad fundamental del espectador, del lector, del receptor de la obra de arte. Y creo que deberíamos hacer un teatro tal que de él huyesen los cobardes, un teatro tal que cuando un cobarde viese un teatro se alejara de él porque allí podría esperarle algún peligro. El arte ha de ser peligroso para quien lo hace y para quien lo completa, que es el espectador». Corajuda Marta, peligrosa Marta, en «Farándula» se plasma con claridad esa idea de Mayorga y otra, más sugerente si cabe, que alude al conflicto como poética imprescindible: «si se dice que el teatro es el arte del conflicto, el conflicto más importante que ofrece el teatro no es aquel que se presenta en escena, sino aquel que se da entre el escenario y el patio de butacas. Un teatro que no divide al patio de butacas y que no divide al espectador es un teatro irrelevante. El verdadero teatro ha de ser capaz de sembrar el conflicto en el corazón mismo del espectador». «Farándula», novela Espartaco que arrima el hombro en el proceso de rescatar a la novela de su  autocomplacencia, de su conformismo arrullador y domesticado.

Todo lo dicho por Mayorga se cumple, como digo, en tu novela.

Como «Eva al desnudo», «Farándula» parece una historia de personajes, una novela de monólogos, digresiones, inventarios. Una novela locuaz y encendida que disfruta poniendo todo en el disparadero. E incluso era suficiente hasta que asoma esa última parte, «La Falconcita» y me obliga a releer de golpe la novela en otra clave: más honda, menos trampantojo, menos mascarada.

«Escribo con contractura igual que cuando taconeaba sobre la tarima del escenario». En esta afirmación está la seriedad, la supervivencia, la perfección civil de ser imperfectos y contradictorios. Escribir es fisiológico.

«Farándula», Marta Sanz.
Editorial Anagrama. Premio Herralde de novela

Fernando Menéndez es escritor
@Fercantona