Los moteles y los peregrinos.
La primera mañana de la juventud.
La niebla del futuro en los dedos
de Petrarca. Las ínsulas extrañas.
La voz desenredando su ramaje.
La energía a la salida de una escuela.
El salmo. Los cuerpos. La levedad.
Los palacios de invierno y la codicia.
El laurel que hierve en los fogones.
La barba fluvial de Walt Whitman.
Homero y las familias numerosas.
Las cabras que velan por su pastor.
La ironía que cede ante la tristeza.
Los brazos dormidos de Praxíteles.
La extraña paciencia de los poetas.
La vida secreta que discurre en las cocinas.
El saludo del gorrión en el alféizar.
Cada canción. Cada minuto. Cada esquina.
Las maletas. Los trenes. Las preguntas.
Lorca con batuta y un sombrero de copa.
El viento que mece la hierba.
El carro por delante de los bueyes.
El eco que precede a las voces.
La mansedumbre que tanto escasea.
La mandolina ante las ruinas del imperio.
Los surcos amargos de la victoria.
El taxista que sueña con Marco Polo.
La mujer que se desnuda para sí misma.
El verso del ausente. El monólogo huérfano.
Los nudos en la garganta.
Cada crepúsculo y cada siesta.
El escéptico dios de la elegancia.
La realidad y el deseo,
el tormento y el éxtasis,
la religión y los vividores.
Todas y todos piden su vez
para decirte simple
y llanamente:
buen viaje y adiós.

Fernando Menéndez es escritor
@Fercantona