Hoy es
dos
de enero
y,
a decir
verdad,
un dos
de
enero
apenas
debería
haber
dado
tiempo
a que
sucediera
nada:
alegrías,
tragedias,
decepciones.
La ingenuidad
del
ser humano,
al menos
mi ingenuidad,
tal vez sea
mi ridícula
manera
de
negarme
a
envejecer.
Lo cierto
es que
son las
nueve
y
veinte
de
un dos
de enero
y
John
Berger
ha muerto.
Unos
minutos
antes,
muy
pocos
minutos
antes
de
enterarme,
había
puesto
un disco
de
Nick
Lowe
y
me disponía
a
escribir,
a
empezar
con
un trabajo
pendiente.
Pero
la muerte
de
Berger
ha desviado
el trazo
y
suspendido
las obligaciones.
Ahora
es
el momento
de
la gratitud:
conocí
a
John
Berger
por un
artículo
de
Manuel
Rivas
en el
que
hablaba
de él.
Esto
sucedió
hace
ya
muchos
años,
tantos
que
los libros
de
Berger
se
hicieron
un sitio
en casa,
mezclados
conel tarro
del café,
con
las notas
de
la compra,
con
los rodillos
de
felpa,
con
la lámpara
de
mesa.
Lo que
quiero
decir
es que
sus libros
se
convirtieron
en
un menaje,
en
una memoria,
en
una luz,
en
un alimento.
Son pocos
los escritores
que transforman
nuestra lectura
en
una necesidad.
Berger
lo conseguía
y
aún más:
conseguía
darte
una lección
tras
otra lección
sin
la sensación
de
recibir
admoniciones,
consejos.
A él,
que tanto
le gustaba
hablar
de
las miradas
y
de mirar,
le debo
haber
descubierto
que
la escritura
que
perdura
se desplaza
lenta
y
observadora,
sin
la prisa
de
las doctrinas
y
los reconocimientos.
Turner
Spinoza,
Durero…
Berger
le
restaba
a
los grandes
nombres
propios
su
destello
para
mostrártelos
en
el hueso.
Como
las personas
somos
animales
de
sortilegios,
de
ritos,
de
mecanismos
de
defensa
que nadie
nos exige,
tengo
a
mi lado
el pequeño
ejemplar
de
«Algunos
pasos
hacia
una
pequeña
teoría
de
lo visible».
Publicado
en 1997
por
Árdora
exprés.
Repaso
subrayados,
apuntes
al
margen,
apuntes
a pie
de
página.
Releer
es
reconocernos
a
nuestro
pesar.
En
la página
cuarenta
y
cuatro
del
libro
releo
lo siguiente:
«Lo que
parece
una creación
no es
sino
el acto
de dar
forma
a lo que
se
ha recibido».
El disco
de
Nick Lowe
avanza
elegante
y
entrañable.
Lo escuché
por
primera
vez
en
el bar
de
Jesús.
«The
convincer».
El acto
de
dar forma
a lo que
se
ha recibido.
Fernando Menéndez es escritor
@Fercantona