Hay quien pasa por la vida como quien vive en una habitación de hotel. En los hoteles es más fácil establecer contactos que vínculos. Son refugios perfectos para combatir el miedo a coexistir. Que Iza, la protagonista de la novela de Szabó acabe en el modesto hotel de su pequeña ciudad natal cuando la historia ya toca a su fin es la confirmación de que los relatos tienden a cerrarse, o bien en la desesperación, o bien en la euforia. «La balada de Iza» es una elegía y es una dialéctica. Una reiteración de despedidas; una proliferación de soledades. La elegancia y la mesura de su estilo eluden cualquier posibilidad de melodrama. También sus asuntos marcadamente cotidianos, domésticos.
No hay victoria posible en hacernos mayores: los hijos se convierten en los padres de sus padres y los padres se transforman en los hijos de sus hijos. Y en este proceso no hay solución : todos pierden. También es, en el caso de «La balada de Iza», la fricción entre dos mundos separados cultural, espacial y temporalmente. La velocidad con que discurren las civilizaciones hace estragos en las vidas discretas, sin mas afán que cruzar el rubicón del día siguiente. Es el mismo asunto que Turgueniev abordó en «Padres e hijos». Es la música sin público de las elegías. La evidencia un tanto tierna de algunos poemas de Sharon Olds; la despedida a un pasado sin retorno que vaticinó Stefan Zweig.
No se trata de calcular cuántas veces pensó en sí misma Magda Szabó mientras escribía su novela. Se trata más bien de pensar cómo es capaz de enunciar lo que todo el mundo sabe: una forma particular de convocar a los enigmas más comunes. Es la paradoja más feliz de un novelista: presentarnos como desconocido algo que dábamos por hecho, por disfrutado o por sufrido.
La balada de Iza, Magda Szabó (Debolsillo)
Fernando Menéndez es escritor
@Fercantona