Una libreta
es
como
una piedra:
un objeto
que
persistirá
a pesar
de
lo que
tenga
a
su alrededor
y
nada posea
ningún
vínculo
con
un objeto
tan
sencillo,
tan
común.
Existe
la
invisibilidad
porque
existen
las piedras.
Existe
la perseverancia
porque
ellas
existen.
Las libretas
aspiran
a ser
invisibles,
aspiran
a
perseverar
en función
de
su utilidad.
Una libreta
que
no ha sido
usada
en
un montón
de años
es
una piedra:
una
probabilidad
de que
el pasado
se junte
con
el futuro.
Paterson
conduce
un autobús.
Paterson
se llama
como
su propia
ciudad
y
como
un libro
de uno
de
sus poetas
favoritos:
William
Carlos
Williams.
Paterson
escribe
poemas
en
una libreta
mientras
va de
acá
para
allá:
conduce,
pasea
a
su perro,
escucha
y
quiere
a
una mujer
cuya
ingenuidad
e
ilusión
por
las cosas
la convierte
en
una corriente
de agua
interminable
en
un canto
rodado.
Un conductor
en
su autobús
mira
y
escucha.
Mirar
y
escuchar:
las tareas
principales
de
cualquier
poeta,
de
cualquier
persona.
Mirar
las calles
mientras
conduce
con
prudencia.
Oír
las conversaciones
de
los pasajeros
como
la certeza
de que
a
un miércoles
siempre
le
sucede
un jueves.
Rutinas,
actos
reflejos,
quehaceres
diarios:
también
el humus
de
un poema.
Paterson
parte
de
una caja
de
cerillas.
Se
concentra
en un
sótano
donde
conviven
herramientas
con
libros de
Frank
O’Hara.
A la vuelta
de
un día
puede
suceder
un percance,
un pequeño
desastre
que afecte
hondo
como
una pequeña
quemadura
que vaya
a dejar
una marca.
Toda
quemadura
es
la posibilidad
de
un incendio.
Paterson,
en casos así,
recurre,
como
cada uno
de
nosotros,
a
la relectura,
al
reinicio,
a tratar
de
desandar
los
pasos
perdidos.
William
Carlos
Williams
lo expresaba
mucho mejor:
componer:
no ideas
sino
en las
cosas.

Fernando Menéndez es escritor
@Fercantona