Eloy Tizón / FOTO: LISBETH SALAS

LA inmortalidad dura veinticinco años. Lo que tardamos en deshacer la falsa piedra de los monumentos y decidir que, con el tiempo transcurrido, lo mejor es transformarlo en un soplo que se adhiere a la nuca, como un tatuaje de atmósfera.

JULIO Verne alivió los destierros de antiguos tiempos. La distinción se logra por el exceso de equipaje y la variedad de complementos.Todo suena a Zweig y a palabras compuestas.

TODA elocuencia queda suspendida en el aire, así es el cuento.

YA decía Azcona que los enamorados nos miran por encima del hombro. Hubo un país donde sonaban los «Golpes bajos». Un país de horarios rutilantes previos a las cenas recalentadas. «No se ama a los sumisos, simplemente se les quiere», escribió Coppini. Y qué obvia la rebelión  de haber conocido el futuro.

EPÍSTOLAS a un estado de ánimo. Todo estalla a base de enumeraciones y recuerdos. Mi consuelo es tu posible respuesta. La espera, un tesoro. Es lo que vamos aprendiendo.

ES Roma una ciudad de transformaciones insólitas. Cebras domésticas y madres sin hijos recorren los parques. Nadie pregunta por las causas y Bernini extrema sus geometrías, sus tergiversaciones.

EL profesor Austin recordó lo que dijo una alumna: la realidad sólo existe en el presente. Dio un volantazo en desaprobación. Deseó ser un árbol. Respiró al compás de su vida secreta: las visitas a ver la Victoria de Samotracia, las pinturas de Turner, la iglesia de San Nicolás en Praga…

Deseo de ser guardia junto a Las Meninas de Velázquez. Sin nadie que preguntara ni se acordase de él.

MARLOW se estrenó en casas atemporales. Las tinieblas de entonces desprendían el aroma de una merienda. La inquietud venía por las suposiciones y las verdades a medias. A punto de embarcar en Londres, los oídos le pitaban: eran las voces de cientos de niños. Cada uno con sus pinturas y su compañera de trenzas.

LLEVO una maleta y está nevando para que suene un bolero o una delgada melodía oriental. Aún tengo currículum y fe en el futuro. Lo que se dice un desgraciado común. Si comparásemos el tamaño de nuestras manos, nos consolaría el rugoso fervor de la asimetría.

EL problema se resuelve siendo Zelig, aquel personaje de Woody Allen que se mimetizaba a base del prójimo. No es imitar ni usurpar. Es ocupar el hueco libre que deja la evolución, la carrera, la ambición. En este caso concreto, escribo un guión propio de la nouvelle vague con dos gotas: una de costumbrismo y otra de excentricidad. Doy mi salto al vacío. Dejo que me descubran referencias, devociones secretas.

NADA que hacer para interrumpir la sucesión acelerada de escenas repetidas. Quedé para las migas. Con una escoba en la mano, con la música más baja.

«Velocidad de los jardines», Eloy Tizón»
Editorial Páginas de espuma

Fernando Menéndez es escritor
@Fercantona