El Imperio Romano y las televisiones.
El miedo y el deseo de volar.
Espartaco y el insomnio.
La pupila de un puño.
La floresta incipiente en las rodillas.
Los pareados. La justicia. La velocidad
de la luz. Walt Whitman y James Brown.
La falta de piedad en los hoteles.
El peso insoportable del silencio.
La ansiedad de Odiseo a su regreso.
La noche interminable de Floyd Patterson.
La elegancia histriónica del vencedor.
Las cuentas pendientes de la historia.
La ceremonia nocturna por el combatiente.
Los trazos imborrables en la arena.
Cada victoria proclamada en el desierto.
Mahoma, Yahvé, la honda de David.
La prensa sucumbiendo al dulzor de los adjetivos.
La soberbia como metáfora de lo incierto.
El cuadrilátero y la comedia musical.
La retórica disimulando lo evidente.
El cansancio de Foreman. La rabia de Frazier.
El Get back de los Beatles y el ingenio
de Oscar Wilde. El púgil invisible, traidor
y postrero. La memoria y la publicidad.
Los jefes de estado del tamaño de una hormiga.
El eco de África en Nueva York.
La comba y el saco. Los hijos y la comunidad.
Los ajenos que te ponen en un altar.
Los ajenos que se ofrecen como
hijos adoptivos. Cada paso de baile,
cada verso. Cada prosa, cada reto.
Golpe a golpe. Verso a verso.
El cronista y el don nadie.
Las madres y las mujeres
de la primera fila. Superman,
Marilyn, Pelé. Cada caída
y cada negación de lo imposible
conspiraron, llegaron al acuerdo
de nombrar Rey Eterno
a Muhammad Ali.

Fernando Menéndez es escritor
@Fercantona