En la sala 24 del Museo de Bellas Artes de Asturias se encuentra expuesto un acrílico sobre lienzo, de 202×152 cm., realizado por el pintor Bernardo Sanjurjo (1940, Barres, Castropol). “Sin título”, 1995, es una pintura que necesitaría mayor recogimiento, menos interferencias para que pudiera transmitir esas sensaciones ocultas tras la mancha, el color y la pincelada, únicamente así, desde una absoluta y silente contemplación, se podría llegar a entender su esencia.
Esta obra es un claro ejemplo de un artista que ha hecho de la creación un reto permanente. Cuando lo visito en su taller veo que continúa con la misma frescura e interés por renovarse, mostrando continuas aportaciones plásticas; a pesar del transcurso del tiempo, “Sin título” de 1995, también representa la preocupación de Sanjurjo por la revisión constante de su trabajo en una nueva “vuelta de tuerca”.
“La pintura debería concentrarse en intentar hacer que la idea y la técnica sean inseparables”
Estas palabras del historiador del arte Simon Wilson, son compartidas por Bernardo Sanjurjo y aparecen recogidas en su propia tesis doctoral (1993) centrada en el mundo de la serigrafía. Un trabajo de investigación que muestra su atracción por este método de estampación que es, para él, mucho más que una técnica: “el oficio es parte de la obra que permite a la idea desarrollarse en libertad”. Este trabajo teórico es, a su vez, su manifiesto de principios sobre el mundo de la creación a través de la pintura pura y del papel del artista como mediador de sentimientos.
En el proceso de ejecución de la obra, es innegable la huella de los expresionistas norteamericanos de la action painting como Jackson Pollock, Helen Frankenthaler, Franz Kline y Willem de Kooning. La acción, el puro acto de crear, como aspecto clave en la generación de arte, tiene en todos ellos –como lo tiene en Sanjurjo– un valor fundamental, no sólo el dripping –como técnica que revolucionó la manera de hacer y ver la pintura–, sino también en otros recursos de acción directa sobre la obra que convierten al artista en un medium impregnado de materia, capaz de transcenderla. Es a través de la acción -en torno al soporte y desde su horizontalidad-, cuando somos conscientes de que el cuadro no es simplemente una imagen, es un hecho, un acontecer mostrando otra posibilidad de unir estilo y técnica en la búsqueda de un lenguaje personal. Todos estos recursos son con los que nuestro artista ha experimentado haciéndolos, hasta cierto punto, a su medida para conseguir que la materia continúe “viva” sobre el lienzo en una apariencia de crecimiento natural, de palpitación.
Hay algunos aspectos de interés en el entorno de este cuadro que indican la evolución que vivía en ese momento el pintor: un progresivo alejamiento de la materia en su estado puro e informal -característico en sus obras de años anteriores- y que ahora vivirá un proceso de adaptación, convirtiéndose en materia dúctil. La masa pictórica se ha ido docilizando hasta el punto de extraer de ella matices nunca vistos donde las superposiciones, transiciones y transparencias tienen un papel fundamental en la captación de sensaciones contrapuestas: de perfecta suavidad aterciopelada y de abruptas erosiones que sugieren materia herida. Es también el momento de aparición de la mancha-color que nos sugiere formas orgánicas en expansión que parecen a punto de regenerarse, como si una energía en estado puro, de lodo y agua, condensándose, estuviera favoreciendo la germinación de alguna semilla. La naturaleza, en un poético estado primigenio, parece recordar sus orígenes en la hermosa ensenada de La Linera, a orillas del Eo, donde se encuentra su casa natal. En este cuadro ya está presente toda la fuerza de lo telúrico que a partir de ahora caracterizará su trabajo, pero también retumba desde sus entrañas una mancha roja en ascensión, un aviso: la eclosión del color.
Las obras de Bernardo Sanjurjo tienen la capacidad de influir sobre nuestra imaginación y sentimientos. Sus manchas y colores, desde esa magia que poseen las formas indefinidas y flotantes, son emanadoras de energía, contienen la fuerza de la autenticidad y, por eso, ejercen un inexplicable atractivo sobre nosotros. Para él, lo auténtico del arte no está en la reproducción directa de la naturaleza, que no sería más que una tímida copia de ella. Se trata de pintura que, como decía Paul Klee, es capaz de “hacer visible, en lugar de reproducir lo visible”.
Bernardo siempre ha afirmado que el arte debe de tener intención de profundizar, de agitar, de conmover y poner en el disparadero a aquel que lo contempla. “Sin título” de 1995 lo consigue, desprende una estela de presagios, explora territorios nada frecuentados y un negro intachable acude a él contribuyendo a esa introspección necesaria para la supervivencia.
Y sí, me gustaría que este cuadro, como el resto de las obras de Bernardo Sanjurjo que se encuentran en los fondos del Museo de Bellas Artes de Asturias, puedan gozar en algún momento de un espacio específico para que el espectador, ávido de emociones, tuviera la posibilidad de advertir cómo la obra toma vida ante su presencia, cómo ante él se abre una ventana por la que deslizarse en una búsqueda interior, llegando a entender el gran poder de seducción del arte y afirmar, como en su momento lo hizo Mark Rothko ante sus murales “no son simplemente pinturas, son un lugar para sentir”.
“Sin título”
Bernardo Sanjurjo
Acrílico sobre lienzo. 202 X 152 cm.
Museo de Bellas Artes de Asturias, sala 24
Fotografías: Mónica de Juan
Santiago Martínez es profesor de Historia del Arte
saguazo@yahoo.es