Portada del "Ramp" de Giant Sand

18.
Este sol cuya intensidad no varía ejerce su influencia sobre el cronista, que rueda. El fuego, reducido a un foco neutro, le afecta pero no le castiga, ni siquiera le ignora. La capucha de su sudadera y las gafas de sol son parte fundamental de su equipaje. Una pala, no muy grande, y una llave inglesa, que sí que es grande para ser una llave inglesa, sujetas mediante esparadrapo a la barra de la bici, junto con la cantimplora y, atada a la bandeja trasera con cuerda de embalar, una bolsa de tela llena de sobres de azúcar, chocolate y barras de cereales envuelta en una bandera que los gestores le obligaron a llevar también. No sabría decir nuestro héroe si es cuando alza la vista del camino cuando aparece el horizonte ante él o si el horizonte ya estaba ahí antes de que él lo mirase; si el orden es en realidad un caos a medida. Tal vez con todo esto pase algo parecido a lo que pasa con la bicicleta: hace falta un trecho recorrido para alcanzar una estabilidad que sólo es tal cuando te has olvidado ya de ella, cuando al fin sois una misma cosa tú y la distancia. Porque eso es la estabilidad: una integración completa, una reciprocidad silenciosa. ¿Cómo va a vivir aquí en esta tierra en la que todo es nuevo?, ¿cómo hará soportable una vida sin familiaridad alguna?

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19.
Sería hermoso un árbol solo, por supuesto, pero también algo cuya visión no resultaría ya triste en absoluto porque habría pasado de ser un reflejo a ser un precedente, una esperanza reconstruida, remontada. En el desierto el instinto acentúa la inquietud y desprecia la intuición. Los músculos del cronista corren la misma suerte que la tierra bajo este sol que no retrocede, la tierra que, dividida en porciones mínimas e indistinguibles entre sí, asciende hacia él tras su paso como si lo sintiera ya parte suya y, piadosa, quisiera envolverle, poner fin a su agonía. Como el cepo es implacable la llanura. ¿Por qué ambos pretenden atrapar algo que ha ido a parar hasta ellos? Nada más lejos. El cepo y la llanura son implacables porque acuden al encuentro de sí mismos y buscan en la asimilación de lo que los ocupa un cierre perfecto.

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20.
En la contemplación intenta uno acomodarse, que lo visto se ajuste a su extrañeza. Con el lápiz le fue concedida al cronista la posibilidad de cederle a la forma el mundo y al mundo otra apariencia. En el pensamiento de nuestro héroe se une lo que ve y lo que dice, su alrededor y su informe. Convertido en su propio ritual, da las gracias por seguir con vida y poder llevar a cabo su tarea, porque le haya sido concedido, a cambio del sacrificio, el vigor.

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21.
A paseo el vigor y su tarea y con ellos la vida. Cerrado el cuaderno, alza la vista. Si el mundo ha dejado de ser un espejo, ¿qué ha de ser el cronista para sí mismo? Contra él se revuelve el lenguaje. Como si le hubiese ofendido. Como si hubiera intentado arrebatarle su sustento. Sucumbió de pronto ante el entorno, es lo que intenta decir, que las cosas son pocas y los nombres menos.

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22.
Cae en el cronista el cansancio y entonces cava. ¿Cuándo debe dejar de hacerlo?, ¿qué diferencia un hoyo de una fosa, un dique de una barricada, un muro de una trinchera, una explanada de un desierto? Se hace uno preguntas semejantes sin saber que en el momento en que empieza a hacérselas él mismo se ha convertido ya en su respuesta. Le sienta bien este esfuerzo, la acción continuada, en cierta manera ciega, que desencadena y pone otras cosas en marcha, como si compartieran todas un fin aunque sólo compartan una causa. En el fondo del hoyo, la bolsa, rellena ahora de arena, es una almohada. La bandera debería ser una manta, o con esa intención al menos se cubrió con ella el cronista, pero no puede ser una manta una bandera. No porque no abrigue, pues no hace frío en la llanura, sino porque no pesa.

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23.
¿Y si fuesen ellos, los cronistas, el mensaje?, ¿uno sin más función que la de disuadir a cualquiera con el que se pudiesen cruzar de su probable intención de instalarse en el centro?, ¿y si los cronistas para los demás fueran sólo un recordatorio? Hasta el momento nuestro héroe ha hablado únicamente de sí mismo en su informe, pero qué camino no es la cuenta de nuestros pasos. Si no sucede nada, la crónica se termina siendo una descripción, un sentimiento representado indirectamente, la expresión de una ondulación interna, algo inevitable cuando la única acción es uno mismo y uno ha decidido detenerse, permanecer inmóvil durante un instante que dure. La precisión es una combinación de convencimiento y delicadeza, no te preocupes, hermano: si del canto se caen las palabras, queda el corazón. Quién no quisiera llevar a cabo su tarea con la indiferencia exacta y rítmica del péndulo. Quién no dio por segura la salida del laberinto en su mismo centro y redactó su condena con cada paso que dio en la dirección que creía correcta. Su exploración acaba de empezar. Está situándose. Todavía no le ha puesto a prueba la llanura.

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Chus Fernández es escritor