Primer traje: El traje (2002), de Alberto Rodríguez. Patricio trabaja desde hace semanas en un aparcamiento privado. Lava coches. Los estaciona. Incluso los vigila. Un lugar con valla y barrera. Roland es amigo de Patricio. Aun estando aquí está al otro lado cuando Patricio trabaja. Él no. Roland vende revistas en los semáforos. Aparece un amigo cuyo coche, con asientos de cuero, tiene un rueda pinchada. Tras la ayuda, un regalo. El amigo no es “de esos que piden mucho y dan poco”. El traje… Los créditos de entrada: la vuelta a casa en bicicleta por una ciudad que son muchas ciudades, y alturas; a medida que se acercan a donde viven la ciudad se va empequeñeciendo, y degradando. El perímetro de fuerza. Extiende el traje sobre la cama. En el bolso interior de la americana hay un sobre con un tarjetón. La palabra première con sus letras de colores. Al día siguiente se pondrá el traje. Sale a la calle. Las calles son otras. La vida parece otra. Reflejos de escaparate. Entra en tiendas. A probarse. La apariencia dura hasta que en una tienda de electrodomésticos atendida por una princesa –“busco un regalo para mi madre”, le dice– se topa con su amigo de cartón. Y su traje de cartón. Un jugador de baloncesto que anuncia televisores. Viva la publicidad hasta que alguien vea al rey desnudo. Podemos ser nosotros. O puede ser un niño, como en el cuento. Luego el precinto policial en la puerta de su casa da inicio a una odisea que llevará a Patricio desde el engaño de un hogar de acogida a la verdad de hotel que ya no es un hotel que está frente a un hotel que sigue siendo un hotel. Una busca en la que encontrará a Pan con Queso, su deuda andante. Un buscavidas que huye de su nombre propio –tampoco Patricio es Patricio, ni el señor Johnson, aún hay clases de este lado; es El Enemigo Pierde el Tiempo en su dialecto– entre timos, poemas recitados, dinero falso –“sin dinero no hay dinero (…) el dinero no es de nadie”, asegura Pan– y rastros… En uno de los puestos, entre novelas del Oeste y revistas porno, una novela de Somerset Maugham, El filo de la navaja… Entre “enterarse” y “enterrarse”, la vibrante erre, la que tanto cuesta pronunciar a quienes cruzaron fronteras y siguen encontrándolas. La première es la inauguración de una exposición. En una pequeña sala casi a oscuras un cuadro, el perfil de una cara blanca sobre fondo negro, flanqueado por dos espejos. En uno una mancha en la camisa, en el otro los zapatos sucios. El (re)conocimiento y el enterramiento en un descampado de un león disecado. Las moscas en su rostro. Quizá sea mejor poner una tienda de mascotas que un restaurante…

Segundo traje: 7 vírgenes (2005), de Alberto Rodríguez. Uno, dos días… cuarenta y ocho horas son las que le dan de permiso a Tano en el reformatorio para acudir a la boda de su hermano. Lo viene a buscar en su furgoneta de reparto. Hielo Sur rumbo a la ciudad. Aquí los créditos son velocidad, rayos de sol que se filtran sobre árboles desenfocados. Comienza el deshielo. Se podrá poner el traje del hermano. A él ya le regalaron uno. Quizá le quede un poco grande. “Es lo que hay”. Su barrio, casas bajas rodeadas por una muralla de bloques altos. Su abuela, sola en casa, sentada en silencio en el salón. El abrazo. Igual que su madre. Le dice a Tano que él dormirá en una cama plegable. Están arreglando su habitación para cuando se instalen los recién casados. El beso y una pestaña suelta. El juego. “Piensa un deseo y sopla”. La pestaña un pequeño surco en una mano llena de surcos. Treinta y cinco, treinta y seis, treinta y siete… Richi y su juego. El reflejo en el espejo. El futuro en el reflejo del espejo. Las siete estampitas. Las dos velas. Richi y su madre, que no mira. El sonido de la tele. Sentada en el salón no mira. La conversación impositiva. “No hagas ruido al salir”. El portazo. En el rellano un hombre con una prótesis en el brazo lo llama sobrino. Le da dinero. El amante amputado de su madre. Richi, la cruz de la moneda. Richi y Tano… El ciclomotor para ponerse al día. La tentación en un semáforo. Una fila de niños saluda cruzando un paso de cebra. “A ver quién llega antes al matadero”. En el centro comercial, el traje y los niños de San Ildefonso. La tienda de animales. Las mascotas como ley de la calle… Treinta y ocho, treinta y nueve, cuarenta… Patri. Ella llega del Sur en un autobús de la línea Amarillos Tour. El calor de los días sin mangas. La línea continua hacia la mano que lame. Las caricias y demás secándoselas Patri en el reflejo del espejo. Tano con los colegas en la piscina. Allí, la humedad el regalo. Un traje para la boda. El televisor para la abuela… Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve, cincuenta… Patri y Tano. La habitación blanca. La mirada barrido. Un globo terráqueo. La voz comida. La imagen besos. Y si uno de los dos se cansa. Si uno de los dos se cansa, tendrá que salir por la ventana. Volando. La foto de ella con sus padres. Junto al televisor. Amanece. La ciudad despierta… La pelea con los de los bloques altos. Desde dentro, la realidad azulada de los cristales tintados del coche. Fuera, la violencia contrapicada sobre el fondo blanco de uno de los bloques. Y Patri vuelve al sur… Cincuenta y cinco, cincuenta y seis, cincuenta y siete… La boda. Felicidad y veneno. El juego de las siete vírgenes. El piso dejado a medio construir. La ilusión de la superposición. Un lujo a su alcance. Jardín Sur. Estancias de otras vidas. Un avión con el tren de aterrizaje desplegado va perdiendo altura entre los bloques… La realidad, cuatrocientos euros al mes y quitarse los pendientes… El hueco, un tragaluz o un retrovisor… Da igual mirar arriba cuando el sol ciega que mirar atrás cuando se corre. La ciudad desenfocada. Se acabó, ¿no?… Cincuenta y ocho, cincuenta y nueve y sesenta… Ay, las Cuentas del alma no se acaban nunca de pagar.

Tercer traje: El hombre de las mil caras (2016), de Alberto Rodríguez. Aterrizamos a bordo de un avión en un tiempo en el que el cielo era de unos pocos. El mundo, también. Un cuento para una época de moralejas low cost. Nos conduce un piloto. El narrador tiene nombre. La primera persona tiene nombre. Jesús Camoes. Pero ese no es su nombre. Nos presenta a Francisco Paesa, el protagonista de este cuento, en un aeropuerto, en tránsito. Siempre en tránsito. Camoes lleva traje. Paco, ay los Pacos, bromea. Se le hace raro verle así vestido. La chaqueta de cuero para la desconfianza. Francisco Paesa, de nacionalidad española y embajador de… Príncipe, todo sea por la inmunidad. Pero “tú país es el dinero, no te engañes”, le dice un traficante (de armas) polaco. “El de muchos”, le rebate Paco. Paco, el del Dupont de oro, que gira sin descanso entre sus dedos. Cada giro un dólar, podríamos jugar. O a que un millón y medio de euros den dos veces la vuelta al mundo en veinticuatro horas sin perder los papeles. El Monopoly global… Francisco Paesa, el que sabe más de los demás que ellos mismos. Pero quien ocupa su lugar en su casa le regala un televisor a su mujer. Él, el detallista. El de los pendientes de garzas: belleza, equilibrio y sabiduría. Para la mujer de Roldán. Ay las mujeres. En este cuento las mujeres tienen la obligación de ser duras. Sean juezas, presas, correos o esposas… Francisco Paesa, el de las maletas y el cuadro. Un retrato de una mujer a lo Modigliani. ¿Es original? Ay los Pacos y su pasión por la pintura. En vez de un Modigliani bien podría ser el Autorretrato desdoblándose en tres o La imagen desaparece, de Salvador Dalí. Dalí y su método paranoico-crítico para un país paranoico-… Camoes, Blesa y Roldán, el juego del escondite. El gobierno español busca. Pero ya saben las reglas. Al contar, quien busca no debe ver. En un París con aguacero una torre donde viven 1.200 personas. Luego, un pequeño bajocubierta. La evolución en un programa de televisión. La evolución en la lectura. El encierro de los prismáticos. Ver cómo se muere una pobre vieja. La cobardía propia del no suicidio. La ciudad colmena. La abeja reina, las abejas obreras y los abejorros. Cada cual su papel. Y el papel los papeles… Los papeles de Laos. El país de un millón de elefantes, “aunque solo queden quinientos”, precisa Camoes. La resistencia del engaño. El balanceo del engaño. La canción infantil. La del elefante y la tela de araña. Hasta cuándo. La equivocación de los adverbios: cuándo es cuánto. En vez de pistolas, chequeras. Es lo que tiene ser espía español… Tanto mientes, tanto vales. La llamada de Paco a su mujer desde una habitación casi a oscuras. A un lado, un radiador. Al otro, un aparador con bebida. Ni mantis ni orquídea. El final, como la historia, ya lo saben: “los muertos no esperan llamadas de los vivos”. Un mapamundi como fondo para Paco. Paco el de las maletas, el cuadro y, ahora, el ramo de flores. Ya no necesita su Dupont. Demasiada ceniza… “Nadie dijo que hacerse rico fuera barato”. Alguien dice “yo no soy Paco” en una ciudad de PlásticoSe ven las caras, se ven las caras, pero nunca el corazón

Un amigo de mi padre me dijo un día mientras a mi padre lo afeitaba Tino en su peluquería que si un día me diese por robar robase lo suficiente para pagar mi libertad. Hay libertad y libertades. Como hay sueños y sueños que no son baratos… Eso decía la publicidad de una lotería del Estado… Tanto mientes, tanto vales. Nico, ¿quieres que te cuente el cuento del león, el chacal y la cabra?….

Hermes González es poeta
@hermes_godunov