Vista de la exposición

Grito contra que la carne se me acomode a esos moldes
-a esos tipos de imprenta- que secularmente vienen preparando
para mí y mis congéneres: puta, madre, santa, bella sin alma,
fea, marisabidilla, estéril, egoísta, loca, histérica, marimandona.
“Monstruas y centauras”. Marta Sanz

En 1895, Alice W. Fuller publicó un relato titulado “Se fabrican esposas por encargo”. La narración comienza con el encuentro de su protagonista, Charles Fitzsimmons, con un anuncio publicitario en llamativas letras doradas mientras va caminando por la calle. El letrero reza lo siguiente: “Se fabrican esposas por encargo. Si no queda satisfecho le devolvemos su dinero”. El varón, que roza la cuarenta, considera que le ha llegado el momento de sentar la cabeza y formar un hogar. Pero se lamenta en estos términos: Imaginar la vida de disputas y trajín que me esperaba si me casaba con cualquiera de las numerosas damas que conocía era una perspectiva nada placentera. Especialmente con Florence War, a la que más admiraba. Por desgracia tenía mucho carácter y cierta tendencia a involucrarse en asuntos como los derechos de las mujeres, política, teosofía y cosas por el estilo. ¡Bah! No podría soportar algo así, me haría muy infeliz y el resultado sería la separación, estaba seguro. Recibir órdenes e incluso críticas que pusieran de manifiesto mis defectos… No, no, imposible, no daría resultado; mejor permanecer soltero y al menos vivir en paz.

El señor Fitzsimmons decide, entonces, acceder al local que publicita la fabricación de esposas y encargar una adecuada a su gusto: bella, abnegada, condescendiente, dócil, dulce, silenciosa, sin personalidad, sin individualidad, sin pensamiento crítico, sin inquietudes intelectuales… En este relato Alice W. Fuller recurre, con ironía, a la ciencia ficción para poner sobre la mesa una problema real y aún vigente en pleno siglo XXI: la construcción y el reparto de arquetipos por parte del discurso dominante.

El eterno femenino es una tremenda broma toma por título una frase de la escritora y realizadora feminista francesa Virgine Despentes procedente de su incisivo ensayo “Teoría King Kong”. A partir de ella y del trabajo de las distintas artistas que conforman la exposición, se reflexiona sobre los roles o identidades estereotipadas que el patriarcado ha asignado (y aún sigue asignando) a las mujeres. Las obras de Fernanda Álvarez, Blanca Prendes, Carmen Santamarina, Cristina Toledo y Paula Valdeón Lemus, analizan la figura de la mujer en el entorno doméstico, su papel dentro del matrimonio convencional, los conflictos internos que surgen con la maternidad y la tiranía del sometimiento a los cánones estéticos establecidos. Despentes lo tiene claro: El ideal de la mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio, buen ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen delante los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos, a parte del hecho de que parece romperse la crisma por poca cosa, nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible incluso que no exista.

¿Existe ese modelo de mujer? Existiría si fuese fabricada por encargo. Porque tal y como nos la dibujan, es un fake, una mentira, un invento. Esa mujer ideal es la que pasa por la vida En silencio o De puntillas como rezan los títulos de algunas de las obras de Fernanda Álvarez. Así es la esposa que se compró Charles Fitzsimmons. Ante esta puesta en escena y ante tal cantidad de disfraces que cargar como pesados fardos, se vuelve necesario vagar sin rumbo hasta encontrar ese lugar de destino que se traduzca en la deconstrucción del papel asignado. En otra serie de trabajos, Fernanda representa a tres mujeres en distintas etapas de su vida (juventud, madurez y vejez) que, sentadas y probablemente cansadas de ir a la deriva, reflexionan sobre las coordenadas de su existencia con el objetivo de buscar y elegir el lugar que quieren ocupar.

A la sombra del marido. Con el rostro borroso. Carmen Santamarina oculta la faz de la mujer frente a un esposo entronizado y vigilante. Su ojo que todo lo ve es un ojo panóptico que controla y castiga, que somete. Los títulos de las obras, La seducción de la fuerza viene de abajo. Con un dedo y Sobre la desfloración, proceden de versos de La belleza del marido de Anne Carson. Este “ensayo narrativo en 29 tangos”, como se subtitula, es la historia del nacimiento, deterioro y muerte de un matrimonio dulce por momentos, pero amargo en mayor medida. Es la historia del primer amor convertido en un esposo tan atractivo y seductor como mentiroso e infiel. Es la historia de una separación que destila caudales de dolor, de celos, de resquemor. Subyugada, la mujer reconoce: Como tantas esposas propulsé al marido hasta la divinidad y ahí / lo sostuve. Un marido que también se apropiaba de su palabra: A la mañana siguiente temprano / escribí una breve conferencia (“Sobre la desfloración”) que me / robó y publicó / en una pequeña revista trimestral.

Vista de la exposición

 

El primer deber de una mujer escritora es matar al ángel del hogar, Virginia Wolf dixit. Hay que deshacerse del modelo estipulado de mujer, de esposa y de madre para recuperar el espacio doméstico como refugio y como ámbito de sororidad. Así lo muestran las fotografías intervenidas de Paula Valdeón Lemus en las que parejas de féminas hacen suyo el espacio habitacional, reclaman su “habitación propia” para abandonarse a favor de ellas mismas, de su propia creatividad, de sus propios juegos. A partir de la arquitectura de la casa y de conceptos como lo cotidiano y la intimidad, Valdeón Lemus muestra un hogar despojado de asignaciones y de prejuicios heredados. Ya no es una jaula. Ya no es lugar de reclusión, control y privación de movimientos, sino todo lo contrario. La casa deviene en sus obras en un espacio de transgresión de las normas y las mujeres representadas han tomado conciencia al respecto.

Sin embargo, el hogar tipo implantado por el sistema establecido es el espacio del trabajo doméstico, de los cuidados y de la crianza de los hijos. En la obra Tarta de celebraciones Blanca Prendes pone el foco en la familia y en la obligatoriedad de unas relaciones fijadas por un calendario anual de festividades impuestas y coordinadas en la mayor parte de las ocasiones por las mujeres con la carga mental que ello conlleva. Es la mujer la que suele responsabilizarse de invitar a la gente, comprar la comida, cocinar, limpiar y recoger. Prendes también trabaja en torno a la ambivalencia de sentimientos provocados por la maternidad en piezas como La gota que colma el vaso y en la fotografía Corderos con piel de lobo. La maternidad perfecta no existe. Y Superwoman es una heroína de ficción. Lo que no es ninguna ficción es el listado infinito de tareas por hacer. Eso es muy real. El hecho de tener que acordarte siempre de todo y no quejarte porque, con suerte, “te ayudan” (por cierto, la ayuda no es corresponsabilidad). La carga mental femenina (conocida también como el “síndrome de la mujer agotada”) es la causante de que el estrés en el hogar sea una cuestión de género.

En 1949 vio la luz El segundo sexo de Simone de Beauvoir. Hace unas cuantas décadas que la feminista lo dejó claro: El gran malentendido sobre el que descansa este sistema de interpretación es que se admite que es natural para el ser humano hembra convertirse en una mujer femenina: no basta con ser heterosexual. Ni siquiera ser madre, para realizar esta idea. La verdadera mujer es un producto artificial que la civilización fabrica como antes se fabricaban castrados; sus supuestos instintos de coquetería, de docilidad, se insuflan como al hombre el orgullo fálico; él no siempre acepta su vocación viril; ella tiene buenas razones para aceptar menos dócilmente todavía la que se le ha asignado”. La verdadera mujer es, por tanto, la fabricada por encargo del imaginario masculino. Es objeto de consumo y consumidora ella misma de todo tipo de pócimas para lograr el ideal de belleza. Así representa Cristina Toledo en una serie de acuarelas a mujeres sometiéndose a diversos tratamientos (o más bien sacrificios) estéticos en busca de una imagen más femenina, más atractiva, más joven. En busca, en definitiva, del eterno femenino.

Esposa, madre, santa, bruja, puta, femenina, guapa, fea, vieja, mandona, víbora, solterona, histérica, marisabidilla… La mascarada (auto)impuesta del discurso dominante es un teatro en el que se han repartido los papeles en función de los intereses de la mitad de la población. Simone de Beauvoir lo definió como “gran malentendido” y Virgine Despentes lo califica de “tremenda broma”. All the world’s a stage. Pero, puesto que estamos en el mismo tablero de juego, la otra mitad de la sociedad también exigimos jugar. Eso sí, en igualdad de condiciones. Tenemos derecho a elegir qué personaje queremos representar y a pelear por el jaque mate a los arquetipos construidos.

La exposición colectiva «El eterno femenino (es una tremenda broma)» con obras de Blanca Prendes, Cristina Toledo, Carmen Santamarina, Paula Valdeón Lemus y Fernanda Álvarez se puede ver en 451, calle Mon 26 bajo, Oviedo.


Natalia Alonso Arduengo
 es crítica de arte y comisaria independiente