Hace años que la obra del artista multidisciplinar Rubén Martín de Lucas (Madrid, 1977) pone el foco en la relación recíproca –a veces simbiótica– del ser humano con los territorios que ocupa. El acondicionamiento de la naturaleza como lugar social y habitable conlleva un proceso de acotación y domesticación del espacio, y proyectos como Stupid Borders o La aldea flotante profundizan en esa dialéctica de los límites que se establece cuando intervenimos en nuestro hábitat. Con La aldea flotante precisamente, Bea Villamarín abrió por primera vez las puertas de su espacio de arte y coleccionismo en marzo de 2015. Poco más de un año después, la galería gijonesa presenta una nueva colección de pinturas con las que Martín de Lucas profundiza en el reto de equilibrio, higiene y sostenibilidad que supone el uso del suelo cultivable.
Las pinturas de El jardín de Fukuoka están inspiradas en la obra del filósofo y agricultor Masanobu Fukuoka, creador de un método de explotación agraria no intervencionista que iguala en productividad a los sistemas industrializados. Nacido de la pura observación y desarrollado sobre unos preceptos afines al Tao y el budismo zen, el sistema de Fukuoka busca canalizar la potencia de la naturaleza en lugar de doblegarla, favorecer su fertilidad en vez de secarla. Vistas las consecuencias de la sobreexplotación de los recursos del planeta, nadie pone en duda los beneficios que reportaría que nuestra civilización restableciera la armonía con el metabolismo del suelo.
Este planteamiento ha inspirado a Martín de Lucas un conjunto de piezas pictóricas repartidas en dos series bien diferenciadas. Los Monocultivos, por un lado, son pinturas sobrias y sistemáticas como un haiku. El artista madrileño renuncia al brillo y los colores primarios de su paleta habitual para pintar esta serie en tonos fronterizos con el gris. Son armonías muy sutiles que no distraen de la frialdad geométrica de las piezas, una alegoría que funciona a la perfección tanto estética como conceptualmente. La presencia en sala y los efectos ópticos de Desierto Monocultivo VII (óleo s.tabla, 148x148cm) justifican por sí mismos una visita a la exposición.
Los cuadros de la segunda serie, titulada El jardín de Fukuoka, están compuestos sobre nociones opuestas y materializan la filosofía que ha inspirado al artista. La composición es orgánica, caótica en apariencia, y las manchas y grafismos tienden a ocupar zonas marginales del lienzo en contraste con el centralismo estricto de los Monocultivos. La espontaneidad del trazo y la pureza de los colores funcionan en la línea de Twombly o Basquiat, y aluden a la potencia generatriz de la naturaleza cuando sigue su propio curso. En medio de los brotes de color, los tonos neutros del soporte equilibran las composiciones: el suelo desnudo como fondo y forma, protagonista una vez más. Los intervalos blancos de Rubén Martín de Lucas, como los caminos que recorren los jardines de Isamu Noguchi, sirven para desatascar el espacio y conducir la mirada del espectador. De esta forma, tanto en los Monocultivos como en los cuadros de El jardín de Fukuoka, Martín de Lucas incorpora una plasticidad muy japonesa a su discurso personal.
Vale la pena recrearse en las dos piezas que dominan la muestra desde los extremos de la sala, una de cada serie y las dos de gran formato. El ya mencionado Desierto Monocultivo VII y El jardín de Fukuoka XIII (mixta s.tabla, 148cmx148cm) son cuadros excelentes que al vestir el espacio expositivo sin invadirlo encarnan el principio taoísta de la no-acción (wu wei). En ellos, las cualidades de este proyecto alcanzan todo su potencial.
Cuando la campiña inglesa se vio transformada por la Primera Revolución Industrial, William Turner cambió las reglas de la representación y dejó una preciosa cicatriz en la Historia del Arte. Después de Lluvia, vapor y velocidad (1844) la pintura y el paisaje no volverían a ser los mismos. El impacto del progreso técnico de la humanidad en nuestro entorno, con su genio y sus fantasmas, es cada vez más profundo. El Arte Contemporáneo no ha dejado de aportar herramientas para adaptar la tradiciones pictóricas a la realidad de nuestro tiempo, y el paisajismo no es una excepción: abstracción, conceptualismo o land art, por ejemplo, han servido a este propósito. Y al fin y al cabo, si definimos al paisajista como un observador de la naturaleza capaz de trascender las fronteras físicas del lienzo y extraer luz de un tubo de óleo, sin duda podemos incluir a Rubén Martín de Lucas en la nómina. Su trayectoria ha alcanzado ese punto de cuajo donde su personalidad permanece intacta a través de diferentes lenguajes, lo cual representa de por sí un logro que cualquier creador firmaría con los ojos cerrados. En su segunda colaboración con su anfitriona gijonesa, además, Martín de Lucas sigue contribuyendo a enriquecer el catálogo de Bea Villamarín, que en apenas un año se ha consolidado como una de las galeristas de referencia en Asturias sin renunciar a su compromiso con la juventud y el talento.
El jardín de Fukuoka
Rubén Martín de Lucas
BV, Bea Villamarín, Arte y Coleccionismo
San Antonio 5, Gijón
Desde el 12 de agosto de 2016
Alejandro Basteiro es escritor y dibujante
alejandrobasteiro.es / @lapiedradezo