Un festival refinado, con cierto racionalismo clasicista pero con formas dinámicas y efectistas, gusto por lo sorprendente, repleto de ilusiones ópticas y golpes de efecto. Ciento cuarenta caracteres para resumir los cuatro días de programación del L.E.V. Una descripción que coincide plenamente con la que un estudiante de segundo de bachillerato contestaría en la P.A.U. ante la pregunta sobre lo que fue el Barroco. Una época en que las naturalezas muertas saltaron a primera línea, en la que los artistas tenían una libertad total para escoger los objetos que quisieran. Platos y copas fueron los elementos utilizados por la canadiense Myriam Bleau que presentó dos propuestas en el Teatro de la Laboral y en el Centro de Arte. Siguiendo el canon barroco, colocó las piezas sobre una repisa, bien alineadas y enmarcadas por un fondo neutro. El viernes presentó “Soft Revolvers”, una pieza formada por cuatro platos realizado en plexiglás transparente que recordaban a peonzas. Los “artefactos” conectados a un ordenador, producían música, a medio camino entre el hip hop y el electro. Visualmente, el espectáculo fue espectacular, gracias a los sorprendentes routers equipados con luces y flashes que variaban en función de la velocidad. La obra duró unos 25 minutos, tiempo en el que el público se mostró ansioso y emocionado por las trayectorias de los rotores. Como es una artista de múltiples tareas, al día siguiente estrenó “autopsy.glass” fruto de una residencia de quince días en LABoral Centro de Arte. En este caso, las copas tomaron el testigo, pero el resultado fue más previsible y desigual.

La danza cambió en la época barroca, pasando de ser contemplada desde un punto de vista alto y rodeando el espectáculo a ser vista de frente. Esta nueva forma del espacio escénico provocó la aparición de nuevos elementos como el telón, que separó definitivamente al público de la escena, suponiendo así mismo un elemento de sorpresa. Con esos mimbres centenarios  Hioraki Umeda puso en pie al Teatro, al final de su pieza “Holistic Strata”. Eso y la increíble fusión de abstracciones digitales, techno experimental y paisajes sonoros. Un deambular por el escenario hasta que llegó un estruendo, seguido de oscuridad en la que solo se veía su cuerpo salpicado de diminutos puntos de luz que se perdían en un campo de partículas infinitas. Esas partículas comenzaron a moverse y el telón de fondo se convirtió en un torrente de estrellas fugaces. En ese momento, el balanceo de los movimientos de Umeda, le lanzó al borde de una cascada galáctica, en la que él parecía surfear. Uno de los momentos del festival, sin duda.

Los retablos barrocos lanzan una sensación de movilidad y expansión del espacio del que estructuralmente carecían, provocando así un ilusionismo en que la dicotomía entre fondo y figura, entre superficie y realidad quedaba sólo engañosamente resuelta. Con esa clara referencia, el francés Joanie Lemercier instaló Wall Drawing en la capilla del Museo Barjola. Su propuesta se centró en desafiar nuestra percepción visual y la creación de experiencias, cuestionando la naturaleza misma de la realidad. Y vaya si lo consiguió. Quienes acudieron a la capilla dedicaron muchos minutos a contemplar, absortos y abducidos, su obsesión por la luz utilizada para modificar el espacio. Algo que los artistas barrocos llevaron al extremo.


La imagen es una creación pura del espíritu. Una lección que resulta evidente en el Barroco, cuando la imagen no nacía de una comparación, sino del acercamiento de dos realidades más o menos lejanas. Eso llevó al artificio, un ejercicio de prestidigitación que se recuperó con la chispa del Surrealismo. Y un siglo después, Fred Penelle & Y. Jacquet lo han aplicado en sus Mecaniques discursives, demostrando que  lo maravilloso se encuentra a la vuelta de cada esquina, en el desorden, en lo pintoresco de nuestras ciudades, en los rótulos callejeros, en la vegetación o en nuestra naturaleza y también en nuestra historia. Jacquet estuvo presente en la inauguración de la exposición y comentó a LaEscena que trabajaron dos días y medio en la creación de la pieza, teniendo siempre el surrealismo como referente y que su discurso poético va incorporando un mundo extensivo, en una reciprocidad de sentencia poética y de imagen.

En el Barroco, el lugar para llevar a cabo los encuentros sociales, mezcla de religión y de fiesta, eran las ermitas y su entorno, siendo la romería, el acontecimiento por antonomasia para las relaciones sociales .Algo que también encajó en el X aniversario del L.E.V. El Jardín Botánico Atlántico volvió a ser el escenario de la mañana del sábado. En esta edición, gracias al buen tiempo, los sonidos electrónicos se trasladaron a la pradería del Jardín de la Isla. Y resultó todo un acierto. Centenares de romeros electrónicos disfrutaron con las propuestas sonoras de Bass Boss, Amtesut, Pole y LCC. Ya lo dijo Victor Manuel hace 47 años “la gente por el prado no parará de bailar, mientras se escuche dub o haya Estrella de Galicia en el bar”.

Y tras el prado, el café de la mano de Condres, el nuevo alias de Luis Sierra aka Penca Catalogue, que retornó con una batidora sonora en la que cabe el pop y el hardcore británico. Tiempo de reposo de mano de Robert Henke y su “Fall”. El artista utilizó una amplia nave para trabajar durante ocho días en el montaje de una espectacular instalación, con la destacada presencia de unos impresionantes láseres, nunca vistos por estas tierras. Entre lo geométrico y lo orgánico, la pieza enganchaba y anclaba en el espacio a unos espectadores que iban relajándose, llegando en algunos casos, a la minisiesta.

No se puede dejar de mencionar los “grandes éxitos” de Herman Kolgen, que volvió a Gijón tras su aclamada presentación de “Seismik” en 2014. El multidisciplinar, divertido y cercano artista canadiense, dejo claro que lo suyo es el hermanamiento de la imagen y el sonido, del que nace un nuevo lenguaje técnico y estético. Para ello se apoyó en elaborados artefactos tecnológicos, software, y procesos de entrada y salida de datos que de forma aleatoria intentó ordenar tal como si fuera una orquesta. Exquisito resultado. Lo mismo que el espectáculo visual Inside the black box elaborado en riguroso directo por Yro&Sati. Y Paul Jebanasam&Tarik Barri nos recordaron el comienzo de El origen de la vida de Terrence Malick.

La liturgia electrónica llegó al final del Programa. El padre Óscar Mulero, desde el púlpito de la Colegiata San Juan Bautista del Revillagigedo, mantuvo atentos a todos los creyentes electrónicos con su mensaje oscuro y mental, mediante una ejecución improvisada y experimental. La escenografía ayudó, y mucho. Antes, en un guiño a los autómatas barrocos, Moritz Simón presentó “Sonic Robots” una performance en la que toda la música estaba compuesta por robots.

Queda para el final el nuevo espacio dedicado a los conciertos de la noche. El cambio de nave fue todo acierto, tras dejar atrás la fastidiosa columna de las primeras ediciones, o la “olorosa” ambientación de la nave utilizada en la pasada edición. La opción elegida convirtió a la Mediateca en una plaza barroca convertida en medio de exaltación, en este caso, de la música avanzada. Por allí pasó la ciencia ficción cósmica de Biosphere (quizá un poco tarde), la agradable sorpresa de los paisajes virtuales del lituano J.G. Biberkorf, los muros sonoros de Monolake, los ritmos minimalistas de Dasha Rush, la efectiva y bien acogida montaña rusa de sensaciones del asturiano Komatsu, o los correctos sets de Kuedo o Robert Lippok. Lo de Datasette quedó ya para la gente vitaminada y mineralizada.

En resumen, todo un éxito barroco gracias a las dinámicas de los espacios, los artistas, pero sobre todo al incansable trabajo de Cris de Silva y Nacho de la Vega, porque han vuelto a lograr un año más, que Gijón sea el mejor laboratorio de electrónica visual del país.

Jose Antonio Vega es colaborador de laEscena
@joseanvega64