Leer a Clarice Lispector es un placer extraño. Sus novelas, sus cuentos, ¿hacia dónde nos llevan? No se sabe muy bien y tampoco importa demasiado. La leemos, nos dejamos llevar. Hay placer, hay dolor, hay confusión, hay angustia existencial, hay vida. Pedazos de vida que entran en esas páginas, sensaciones de diversa índole, arrebatos de una prosa que por momentos podría tratarse de poesía. Puede haber una línea argumental y esa línea argumental puede desaparecer en cualquier momento para ofrecernos un latigazo, una especie de revelación que no quiere pasar inadvertida. El mundo es inhóspito, y así queda reflejado en esa frase que puede cortar la narración, y que de hecho lo hace, la corta, pero que nunca será una frase que desentone en el conjunto. Ahí está parte de su genialidad. De la originalidad de una escritora que no buscaba la originalidad. Sólo trataba de mostrarse como era, incluso en los momentos de confusión y de mayor intimidad, donde ella -la mujer, la escritora- era la primera sorprendida, según relataría en alguna ocasión hablando de su propia obra. Como si sus cuentos, sus novelas, todos sus textos, fuesen, aun habiéndolos creado, más poderosos que ella misma. Como si transcurriesen paralelos a su manera de entender el mundo, la literatura. Ese juego de desniveles, de luces y sombras. La complejidad de los sentimientos y de todo lo que nos rodea, empezando por los detalles aparentemente más insignificantes. Esos que, ante otros ojos, pueden pasar inadvertidos. Ella los capta, los muestra, quizá por momentos sin llegar a entenderlos del todo. No importa, parece decirnos. Están ahí. Forman parte del mundo. De ese mundo que ella no ha inventado. Ella utiliza la palabra para reflejar lo que no comprende, ni siquiera para tratar de comprenderlo. Deja ahí la palabra, las palabras, como quien deja una incógnita a la intemperie, a la espera de que alguien la atrape y encuentre la forma de despejarla. Despejarla no es su labor, no forma parte de su cometido. Eso sí parece dejarlo claro desde el primer momento, como si se desentendiera de sus propias creaciones, como si ya no le perteneciesen. Cuando abres sus libros, el misterio ya no es asunto suyo. Ahí empieza nuestro viaje, nuestra tarea. Leer sus textos, dejarnos llevar. ¿Hacia dónde? Eso es lo de menos. Hay placeres que no precisan demasiadas definiciones.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades