Dice el poeta Juan Gelman que “el rostro es una tierra siempre desconocida”. Y dice bien. Durante siglos, los poetas han escrito miles de versos; los artistas han pintado miles de cuadros –el retrato como expresión artística aparece en el siglo V antes de Cristo–, han realizado esculturas –curiosamente, los primeros retratos fueron escultóricos– y, por último, captado fotografías en las que se ha buscado arrancar de los rostros algo más que lo “visible”.

Y este inmenso tesoro literario y artístico que nos han legado, ayuda a imaginar cómo hemos sido a lo largo de la historia de la humanidad. Es un pozo insondable al que nos asomamos con curiosidad infinita, en eterna indagación, queriendo encontrar la respuesta de quiénes somos, cómo somos, qué somos…

Del mismo modo, a lo largo de los siglos, desde tantas culturas diversas, el hombre se ha preguntado: “¿Y el rostro de Dios?” “¿No nos hizo a su imagen y semejanza?” Ya en los Salmos (13:2), se escribió: “¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?”

Hace unos años ya, ofrecí a un importante periódico nacional, que suele tener stand en la Feria de Arte Contemporáneo ARCO, la posibilidad de realizar, con una pieza mía, perteneciente al mito de Narciso, una instalación llamada “Nosotros somos el rostro de nuestro tiempo”, para exponerla allí. El rostro de los sin rostro.

El título lo tomé prestado de Filippo Tommaso Marinetti, y de su Manifiesto Futurista, escrito en 1908 y publicado en Francia, en el periódico Le Figaro, el 5 de febrero de 1909. Desde aquellos once puntos que lo constituían con ideas de extrema violencia, “atropelladora” la calificaban ellos, y tan aprovechadas después por el fascismo, Marinetti clamaba gritando como resumen final: “Nosotros somos el rostro de nuestro tiempo”.

En mi exposición del año 2002, “Narciso, el espejo de mi soledad”, la perplejidad que me causaba ver la cantidad de encapuchados o rostros cubiertos con máscaras que inundaban –y siguen inundando ahora– los escenarios de nuestras vidas, me llevó a preguntarme qué veíamos, en la contemporaneidad, en esa Laguna Estigia, que es nuestro espejo. El resultado de mi indagación fueron una serie de piezas que sólo podían surgir de aguas turbulentas. Las esculturas hablaban de que vivíamos un momento absolutamente narcisista, con el culto al cuerpo ocupando gran parte de nuestro existir.

Pero nunca me atreví a aventurar, como ahora, que el ser humano rechazara la imagen que ese espejo le devolvía de sí mismo. Podríamos encontrar en ello las razones del travestismo, de la transexualidad, del fracaso de pareja –¡ay, los ojos del otro!– y hasta de nuestra intransigencia y rechazo a los diferentes que llegan de otras culturas. En el fondo, y en definitiva, la no aceptación de lo que somos, del destino que llevamos escrito. Dice Ovidio: “Ay, tú, infeliz Narciso, / que sin dejar de ser tú mismo, / te convertiste a un tiempo en otro diferente.”

 

La pieza propuesta para ARCO constaba de una instalación mural de periódicos, apiñados en columnas, en la que, a modo de pantalla, por el lado anterior situaba cuatro figuras encapuchadas y por el posterior se proyectarían las fotos de cuantos enmascarados hubieran aparecido a lo largo del último año en los medios informativos. Contaba para llevarla a cabo con el entusiasta apoyo de un número uno de los reporteros gráficos de guerra, un hombre generoso llamado Fernando Múgica, tristemente desaparecido en mayo del año 2016, cuyo nombre está escrito hoy con mayúsculas en la historia del periodismo gráfico español. Pero no encontramos la ayuda necesaria para su producción…

En estos días, ha vuelto a mi memoria aquel proyecto, y gracias a la generosidad del director de LaEscena, José Castellano, puedo mostrar aquí, en parte, la instalación escultórica. La obra, no sólo no ha perdido vigencia, sino que ha adquirido nuevas e inquietantes connotaciones. Hoy, más que nunca, pasamontañas, máscaras, caretas, capuchas, antifaces, tapabocas, cascos, gafas de cristales ahumados y… mascarillas, son disfraces o artilugios que acompañan nuestro cotidiano existir como parte de nosotros mismos. Elegidas o impuestas.

Casi veinte años después de aquellos Narcisos del pasado-presente, hoy sumaríamos sin duda, alguna indagación sobre la insistente obsesión por los “selfies”. ¿Es una autocomplacencia o es la búsqueda incesante del rostro, esa tierra siempre desconocida?

Dejemos que sea otro poeta argentino, Roberto Juarroz, quien tenga la última palabra…

“Los rostros que has ido / abandonando / se han quedado debajo de tu / rostro / y a veces te sobresalen / como si tu piel no alcanzara para / todos.
Los mares que has ido / abandonando / te abultan a veces en la mano / y te absorben las cosas o las / sueltan / como esponjas crecientes.
Las vidas que has ido / abandonando / te sobreviven en tu propia sombra / y algún día te asaltarán como / una vida / tal vez para morir / una vez sola.”

Poetas y artistas, traductores silenciosos del espíritu… Desde que era muy niña –no sabía cómo– quise formar parte de su ardiente caravana. Desconozco si lo conseguiré, o si lo merezco, pero qué consolador es unirse a esta, llamada por el maestro John Berger, “Hermandad de Huérfanos”.

 

Esperanza d’Ors es artista