8.
Volverá la noche y la vida de antes, más o menos, suele decirse Diecisiete mientras espera por el sueño sin ropaje y el aguante flaquea o el ánimo se impone a la esperanza ni siquiera necesitada de una fuerza que se le oponga para decaer sin motivo alguno. Su letanía, como la de cualquiera, combina por igual el ruego y el alivio y, de todos cuantos viven en el centro o en el Ikea, le incluye sólo a él. Así ejerce su poder Diecisiete. Porque el poder existe sólo en relación consigo mismo. Porque el poder es una derrota que nos constituye. Como si llegáramos a este mundo con todas las cosas a nuestro alcance salvo una y esa cosa fuera distinta para cada uno de nosotros. El poder pretende replicar esa carencia fundamental. Y fracasa.

En total no son tantos: una hermandad forzosa y favorecida, sostenida por la necesidad ancestral de mirar hacia lo alto y por la gestión de unos recursos de los que solamente los últimos, en su calidad de únicos, parecen disponer. No es de extrañar que los supervivientes prefieran verse como herederos, continuadores, sin más responsabilidad que la de ejercer su ventaja. Quién no prefiere describirse como destinatario de algo que sólo a él le corresponde, sentir que el pasado, pese a todo, le tuvo en cuenta.

Ningún cronista regresó. A menudo nuestro héroe se pregunta si los continentes han acabado por unirse en una sola tierra o si esta tierra suya es como ellos la última, el suelo que les queda.

*

9.
De entre los prodigios a los que en su momento algunos habían elevado a la categoría de milagro sin tener en cuenta que los primeros extienden el corazón mientras que los segundos completan el espíritu, solamente les son de utilidad a quienes viven en el centro las bicicletas, los skates, los patines de línea y los otros, artefactos que ruedan sin necesidad de combustible ni energía. El resto se terminó revelando como un conjunto de adelantos inútiles, maravillas derrotadas por su falta de autonomía. Podría decirse que ellos, los últimos, son una especie antigua y un pueblo en marcha. Basan su supervivencia en el azar, el músculo y la lógica, en la idea común de permanencia. Ninguno de los que están aquí puede explicarse el porqué de su privilegio. Hubo un ruido y un apagón y más allá las cosas ya no estaban. Debieron superar el límite de los sentidos, llegar al confín último de la imaginación, para empezar a comprender y proporcionarse a sí mismos un sentido, estuvieran o no en lo cierto. Todo lo que alcanzaban a ver había sido barrido y aún se preguntan si habrá pasado lo mismo con los sitios hasta los que no llega la vista. Hablo de dos golpes en realidad, lo que vieron y lo que dejaron de oír, el vacío y el silencio, indistinguibles, imposibles de separar, al menos para ellos.

Como si no fueran nada.

O algo peor: lo que queda.

O lo que sobra.

Su única posibilidad pasaba por colocarse frente al mundo y confiar. Pero el mundo era otro, y ellos también.

*

10.
Los cronistas, durante los dos meses previos a su marcha, reciben un adiestramiento en consonancia con su responsabilidad. A lo largo del primero ejercitan el cuerpo; a lo largo del segundo, el pensamiento. El espíritu, supongo, ha de fortalecerse por sí solo.

Las llamas de las velas son de por sí una despedida.

Los aplausos suenan como si todos estuvieran empujando algo contra él.

O apartándolo de ellos.

*

11.
La primera de sus horas ha llegado.

Sabe que se ha de ir pero no a dónde tiene que dirigirse.

Probablemente nunca llegue a saberlo: los caminos desaparecen cuando tu única referencia es el sitio al que no te está permitido volver.

Ojalá alguien corriese hasta él y le hiciera saber si eso en cuya busca está a punto de partir es su otra mitad a la espera; si se trata de una promesa o se una sentencia; si acaso se diferencia lo uno de lo otro; si una sentencia es una promesa negra legitimada por el aura de justicia que unos pocos le han otorgado; si habrá algo más allá de lo que ven.

No será el único, supone, a quien le sorprenda que el futuro haya derivado en esto, en una carencia de casi todo, en un estado original sin esperanza ni expectativa.

Los enviados.

Ese nombre les dieron a los cronistas.

No recuerda cuándo. Ni quién.

*

Chus Fernández es escritor