Es el año de El Quijote y, coincidiendo con el cuarto centenario de la muerte de Cervantes y los actos de celebración del Año de la India en España, el Festival de Teatro Clásico de Almagro acogió el pasado día 23 de julio el estreno mundial de Kijote Kathakali, una innovadora adaptación del texto de Cervantes al teatro-danza del sur de la India. Después de Almagro, el espectáculo recaló en el Centro Niemeyer y en el espacio Matadero-Madrid. Este análisis trata de acercar las presupuestos básicos del Kathakali para la compresión de la obra y explicar qué es y en qué consiste la adaptación de la obra del genio de Alcalá de Henares.
A ojos de un espectador occidental, resulta difícil valorar el calado artístico y la significación dramática en el panorama teatral español de la puesta en escena de Kijote Kathakali, una novedosísima propuesta que pasó por el Centro Niemeyer de Avilés el pasado 29 de julio, con el ánimo de abrir un nuevo margen de compresión de la novela de todas las novelas en el marco de las representaciones en España. Y esa nueva lectura, esa trasposición textual a un acervo tan lejano para Occidente como es el Kathakali, no solo renueva una vez más la universalidad de la obra, sino que reafirma la tesis de los perspectivismos de El Quijote en un momento como el actual, en el que la progresiva pérdida de valores y análisis que autentifiquen el arte y su pureza (al margen de su origen) son patentes de corso en el amplio nicho físico y temático en el que se desarrollan las artes escénicas ahora mismo.
Kijote Kathakali se alza, pues, como la prueba evidente de una rareza, que no debe ser entendida como tal, sino como un ejercicio de adaptación artístico-dramatúrgico de primera magnitud que obliga a repensar muchas pautas del hecho teatral como tal: el de que es posible delimitar otro espacio y otro tiempo, el de otra cultura, encima del escenario y hacer belleza; el de que es posible transferir un personaje de raíz latina (lengua indoeuropea) y sus múltiples desdoblamientos al estricto lenguaje del Kathakali, cuyo ancestro hay que situarlo en el sánscrito; el de que es posible que un actor indio se entienda a sí mismo como un actor europeo y que el espectador lo vea; y el de que es posible, por último, que la distancia que separa el sur de Kerala de La Mancha se convierta en un kilómetro cero. Todo eso es perfectamente posible. Y todo eso se pudo ver en una hora y media de representación a través de los actores y músicos que integran la compañía Teatro Margi, una de las más antiguas de la India, cuya escuela cuida su reconocido prestigio internacional.
Coincidencia temporal
Hay que apuntar que tanto El Quijote como la aparición del Kathakali como hecho escénico tienen en común el marco temporal. El siglo XVII es el tiempo en el que Cervantes fragua su novela, pero también el momento en el que el Kathakali se constituye formalmente como un exactísimo esquema codificado y textual de teatro que hunde su objetivo en la espiritualidad, la leyenda y la mitología, una visión que confluye enteramente con muchos de los argones temáticos del personaje central de Cervantes: la idea de libertad, la idea de bien o la idea de trascendencia.
Para que podamos ver qué supone la existencia de esta adaptación, digamos que el Kathakali, como expresión escénica, es, en el fondo y en la forma, un lenguaje primitivo que se basa en una serie de signos (mudras, gestos, manos, cara, ojos y pies): los actores deletrean lo que los cantantes recitan en escena; versos de poemas que hablan de dioses y héroes, y que explican todo lo relacionado con sus aconteceres. Es una especie de brutalidad que se escenificaba en los templos y que podía durar jornadas enteras. Solo los iniciados sabían qué se estaba contando. Y todo esto se acompañaba de música en directo y de un vestuario fastuoso en el que cada detalle ornamental tiene una significación concreta, amén de contar con el maquillaje, una elaboración tan fantástica como bella y natural que enarbola la lectura gestual: pigmentos, cadmio, pasta de arroz, papel, etc.
Así que todo ese primitivismo, constreñido y mimético hasta la extenuación para el actor, es el que en el fondo ha habido que salvar para construir este Quijote que pasó por Matadero-Madrid los pasados días 30 y 31 de julio, última parada española, cosechando un gran recibimiento por parte del público. Adaptar la prosa al verso, transfigurar personajes y desdoblarlos, delimitar un nuevo concepto de espacio y tiempo para los actores indios, tan impropio para ellos como nuevo, sin menoscabar la esencia cervantina y sus multiplicaciones para el espectador europeo, ha sido, a todas luces, el viaje real tanto para la parte española del asunto como para la parte india.
Mónica de la Fuente, directora asociada y coreógrafa de Kijote Kathakali, ha hecho de puente entre ambas culturas por su condición de experta en artes escénicas de la India y por ser uno de los baluartes de la Casa de la India en Valladolid, junto a Guillermo Rodríguez Martín, director de este organismo, una entidad que ya cuenta con una larga trayectoria. De la Fuente ha vehiculado un proceso tan difícil como honesto, y ha conseguido impregnar a la parte india, el doctor Venugopalan, encargado de transcribir al Kathakali el guion de este Quijote, el quehacer del teatro-danza de pauta más contemporánea; además de armar en Ignacio García, el español autor de la dramaturgia, un soporte mental comprensible del lenguaje del Kathakali para que pudiera desarrollar un concepto escénico híbrido a la vez que válido. Y que luego todo eso resultara creíble en escena.
El espectáculo y el nudismo del caballero de la triste figura
Así que, cuando el espectador va acomodándose en su butaca y comienza el espectáculo, lo primero que ve es, en el centro del escenario, a Alonso Quijano (Nelliyodu Vasudevan Namboodiri) leyendo libros de caballería, iluminado por la luz de toda luz: la luz de la conciencia, una lamparita de aceite que los actores indios tienen siempre encendida, incluso horas antes del comienzo de la función. Y, acto seguido, y con la luz de sala ya apagada, se deja oír un off en la hermosa voz de José Sacristán que dice: “Algo está pasando que pasó mucho antes”. O: “Vivid vos, y llévese el diablo cuantos gobiernos hay en el mundo”.
Un actor indio nos descubre en castellano gestual el porqué de su vida y el desconcierto en la razón y en la locura que supone tener dos vidas y vivirlas. Así, en 95 minutos, la obra nos transporta hacia un mundo real e imaginario a la par en el que se respetan las normas de dos acervos teatrales tan distantes como paralelos. Alonso Quijano es nuestro entender, y Don Quijote (Kalamandalam Pradeepu) es lo entendido en Kathakali, y esta trasposición de los protagonistas es una trasposición real y el espectador lo ve y lo entiende en todo momento. No hay pérdida. Es el efecto de un espejo: se ve quien se pone delante de él y la imagen de su reflejo.
Kijote Kathakali adapta solo tres episodios de la novela de Cervantes y los vertebra en acto único y seguido en donde el off y las incursiones de Alonso Quijano son fundamentales para el entendimiento por parte del espectador. Aún con todo, el lenguaje de la danza-teatro india basa su comprensión también en la materialización estética de los personajes, aunque veamos una ornamentación más bien propia de reyes y príncipes. Ahí radica la grandeza de esta rara avis que se erige cantada y monocorde, pero nunca incomprensible.
Una presentación, la del encuentro de Don Quijote y Sancho, la escena de los molinos, la de los leones y la muerte de Quijano, ya de vuelta de sus andanzas, son los ámbitos en los que se desenvuelve la acción escénica que nos traslada alternativamente a ambos mundos: el mundo real y el imaginario; es como estar todo el tiempo vestido y a la vez desnudo. El efecto del perspectivismo de Cervantes diagrama miles de posibles lecturas de El Quijote, tantas que esas mismas se duplican a su vez al poder ver siempre la realidad que abarca el texto desde dos puntos de vista: el de Alonso Quijano y el del héroe desfacedor de entuertos, hidalgo de la triste figura, una condición narradora inigualable y que hace de este texto la base intelectual primera de cualquiera que aspire a ser narrador.
Reunión entre dos mundos, acto de conciliación
Así que el mundo real y el imaginario, además de darse la mano, caminan juntos; ese efecto de mostrar en paralelo, extraído del cine, y puesto aquí al servicio de la compresión de la historia, repercute directamente en el aspecto meta-teatral del montaje: llegar al mismo sitio por caminos distintos. Y esto, en cierto modo, es lo que los adaptadores han pretendido: hacer de la interculturalidad no solo una visión, sino un intercambio de realidades que sirva para construir, para crear.
Y a ello contribuye de forma contundente el mapa de luces diseñado por Juanjo Llorens: refuerza ese paralelismo, haciendo de cada escena una imagen de claridad estética diáfana; no en vano él es quien es en esto del diseño de luces dentro de la escena española. Potenciar nicho-referencia para la acción teatral, hace fluir lo estático y evidenciar un ritmo asequible son aquí los logros evidentes de este gran profesional.

Mónica de la Fuente resume bien todo el proceso: “Es una especie de emoción intensa a la vez que rara. Para mí ha sido muy importante ver materializado este Quijote. No soy manchega, pero sí castellana, y el hecho de saber que los actores indios, que para mí son los primeros artistas que he conocido de forma profesional, hayan sido capaces de meterse en la esencia de El Quijote es un hallazgo maravilloso. Sí puedo decir que todo el trabajo se ha basado en una idea básica: en la confianza de las partes implicadas; y por ello me siento orgullosa de ser parte natural de este proyecto”, dice la coreógrafa vallisoletana.
Por poder, quizá pueda discutirse la composición de la última postal. Es verdad que en el Barroco todo estaba excesivamente calculado, de ahí su rara y tensa belleza, claro; pero en el teatro, y más en el actual, componer una imagen final tan cuadrada, con cada cosa rematada y en su sitio, expuesta en escena durante un tiempo más que considerable, puede llegar a verse como un gesto algo excesivo de apego al código importado, es decir, al Kathakali. En cualquier caso, concomitante.
Pero volviendo al principio: el éxito de la obra radica, además de en lo dicho, en ver que el espectador español se identifica con lo que no comprende precisamente porque lo ininteligible ha penetrado lo nuestro haciéndolo propio, respetando en todo momento la idiosincrasia que emana de un personaje que ha hecho ver al mundo, desde hace más de cuatro siglos, lo que en verdad significa ser un visionario bienhechor de origen hispano. O lo que es lo mismo: mostrar humanismo de carácter neoplatónico. Igual un poco de lo que ahora nos hace falta.
¡Curry masala!
Yolanda Vázquez es periodista especializada en danza
@yolazmartin
FICHA ARTÍSTICA
Kijote Kathakali
Versión dramatizada de El Quijote de Miguel de Cervantes. Duración 95 minutos. V.O malayalam con subtítulos en español
Dirección: Ignacio García
Dramaturgia: Ignacio García y Dr. P Venugopalan
Compañía Margi Kathakali de Trivandrum (India)
Directora asociada: Mónica de la Fuente
Coreografía: Dr. P Venugopalan y Mónica de la Fuente
Diseño de iluminación: Juanjo Llorens
Vídeo arte: Juan Carlos Quindós de la Fuente
Composición musical: Ignacio García y Compañía Margi
Ayudante de dirección: Amparo Pascual
Director técnico: Juan Ignacio Arteagabeitia (Atila)
Voz en off: José Sacristán
Road Manager y traductor: S. Sasikumar
Asesores: Dr. P. Venugopalan y Guillermo Rodríguez Martín
Coordinadores de producción: Guillermo Rodríguez Martín y David Rodríguez Gómez
Actores: Alonso Quijano, Nelliyodu Vasudevan Namboodiri; Sancho, Margi Vijayan; Don Quijote, Kalamandalam Pradeepu; Carretero, Margi Suresh; Rakshasa, Kalamandalam Balakrishnan / Rakshasa – León, Kalamandalam Parthasarathy; Dulcinea, Kalamandalam Sudeep; Carrasco, Caballero de los Espejos y Caballero de la Blanca Luna, Kalamandalam Balasubramaniam;
Músicos: Pathiyoor Sankaran Kutty y Kalamandalam Visnu (cantantes), Kalamandalam Krishna Das (chenda) y Margi Retnakaram (maddalam)
Maquillaje y vestuario: Margi Raveedran Pillai y Margi Sreekumar (chutty); Pallippuram Unnikrishnan (vestuario)
Coproducido por: Festival de la India España 2016, Casa de la India (Valladolid), Fundación Festival de Teatro Clásico de Almagro y Teatro Margi Kathakali de Trivandrum (India).
Estreno absoluto Festival de Almagro 23 de julio; Centro Niemeyer, 29 de julio; Matadero-Madrid, 30 y 31 de julio. Obra de teatro-danza. Acto único