Mark Vanderloo se sinceraba esta semana en el periódico global El País acerca de su penoso proceso de concious uncoupling con Esther Cañadas a finales del siglo pasado. Dice Mark que él nunca se separó realmente de Esther Cañadas, porque con quien realmente salió y se casó, y de quien finalmente se separó, era un disfraz de realidad ultra-aumentada que llevaba siempre puesto Esther Cañadas, un disfraz milimétricamente idéntico a ella. El día que Esther Cañadas se rasgó el disfraz, buscando no sé qué efecto pasional, y emergió de sí misma idéntica a sí misma, Mark dice que dejó de reconocerla como Esther Cañadas. Sin más, habría sido un caso de libro de Síndrome de Capgras, que ya no es poco (si no lo han hecho, lean la hermosa novela de Richard Powers sobre esta patología). Pero en este caso se sumaba la complicación de que Mark reconocía perfectamente a Esther como Esther en cuanto se ponía el disfraz reparado, de nuevo idéntico a sí misma. El caso llegó a la bibliografía clínica especializada, en la que, naturalmente, a Mark no se le identificaba como Mark, sino con el nombre en clave de Mark. Nunca nadie imaginó que aquel enfermo paradigmático era Mark Vanderloo. No es de extrañar que, con toda esta narrativa a cuestas, a Mark Vanderloo y a Esther Cañadas les concedieran en el año 2000, alalimón, el Premio Mayte a los Top Model del Año.

Dice César Aira, prácticamente coincidiendo con la confesión de Vanderloo, que a él el Nobel de Literatura no se lo darán “porque para ello necesitan una justificación no literaria, nunca se limitan a decir ‘porque este tipo hace buenos libros’…” (en La Vanguardia, cómo no). Y seguramente no le falta razón. Yo auguro, incluso, que ni el accésit de un Premio Mayte va a conseguir por esa tara imperdonable para cualquier aspirante a un galardón mayor, a un Grand Slam de la literatura (un Nobel, un Goncourt, un Planeta, un Casino de Mieres…). Sin un relato propio, una auto-narrativa que enganche, está claro que no te comes un colín en el mundo de la ALP (Association of Literature Professionals). Pero César no se conforma y parece que se ha puesto vicariamente manos a la obra.

Sonia Dalton es una escritora de la que poco sé. Borges en Estocolmo es su primera novela, pero la muchacha empieza fuerte y muy bien arropada. Argentina como su inspirador, se la nota al mismo tiempo bien embebida de las formas y maneras, delitos y faltas, de la literatura ibérica. A César le ha escrito un traje a medida (a él, que ha puesto en circulación y naturalizado una de las más desacomplejadas formas de literatura prêt-à-porter de la historia de la literatura prêt-à-porter) para distanciarse de esa figura quejosa de su déficit de reconocimiento público (de Gran Reconocimiento Público) a la que nos tenía acostumbrados. Sonia ha sabido conjugar y jugar con (o jugar con y conjugar) los estereotipos que circulan en torno a la figura del pringlense para construirle un alter-ego, una figuración del yo, un súper Yo o un mini Yo-Yo, que al cambio es lo mismo, de ultimísima generación auto-narrativa, situándolo por encima de todos y más alto incluso que don Alfred Nobel, filántropo y dinamitero como el propio César. Y César se ha convertido así, de un plumazo en el Bezos, el Branson y el Musk de la literatura galáctica universal, todos a la vez, un escritor solo a la altura de sus propios mocasines. Lo de la persona interpuesta, en fin, parece que se ha puesto de moda en los ultimísimos tiempos. Sonia Dalton… ¡si hasta un bot habría compuesto un nombre que cantase menos!

Pero, en fin, hagamos caso omiso a todo lo anterior (lo que yo llamo hacerse un betiomisiego) y supongamos que el libro en cuestión ha llegado a la tierra como un meteorito, no sé sabe de dónde, ni cómo, ni porqué (como decía Karajan de la novena de Bruckner), que Sonia Dalton no es más que una inscripción en su portada y que César está tan tranquilo en su apartamento de Buenos Aires, quitándole fierro a las cosas como sólo él y Martín saben hacerlo. Al fin y al cabo, me parece a mí que lo de la muerte del autor, si entre Roland y Michel no lo consiguieron, solo va a conseguirlo un meteorito. Pues entonces, y como por arte de magia, descubro que es un libro estupendo. No un Goncourt, ni un Planeta, ni un Casino de Mieres, desde luego, pero un libro estupendísimo. Resulta que un tal César Aira, un poco duro de oído para el sueco, entiende que le han dado el Premio Nobel de Literatura (claro) cuando en realidad se lo han dado a… Pero yo no debo contarles la historia, deben leerla ustedes, no perderán más tiempo que el que le dediquen, se lo aseguro. Un libro sobre la futilidad de las ambiciones, la ansiedad de la espera, el poder del autoengaño, la conformidad, pese a todo, con lo que uno es… ¿quién da más? Todo un tratado de psicología humana que cualquiera puede leer en su auto. Ya digo, una gozada. ¡Y qué agudo es y qué bien escribe el meteorito! De lo más fresco desde los tiempos del destape, que yo recuerde.

Yo a César Aira y a Sonia Dalton, después de haber leído el libro, les deseo todo tipo de éxitos, en lo personal y en lo impersonal, respectivamente. Ahora bien, lo que digan críticos y catedráticos más doctos de lo que una es, eso ya es tapioca de otro costal.

Sonia DALTON, Borges en Estocolmo
Madrid, De Conatus, Colección: ¿Qué nos contamos hoy?, 2021.

Olga Arellano Velásquez es profesora virtual de la Escuela de Educación Bilingüe Intercultural (EEBI) de Universidad Nacional de la Amazonía Peruana (UNAP) en Iquitos. Actualmente reside en Torre de Cotillas, Murcia.