No hay reto mayor para un artista, hoy en día, que la introducción de una escultura en un espacio contemporáneo. Hace ya casi un siglo, escribía Rainer Maria Rilke: “La escultura es un arte castigado por nuestra época. En primer lugar, por ser el más cumplido paradigma del intemporal clasicismo. En segundo término, por ser más esquiva al paso del tiempo. Y, por último, por su condición de ‘cosa’, por su vocación de ‘monumento’; testimonio que nos avisa de lo que vamos olvidando, es decir, lo fundamental”.
Nuestras ciudades se presentan sembradas de múltiples elementos: señales de tráfico, pantallas publicitarias y lumínicas, que llenan “ad infinitum” todos los espacios haciendo muy difícil o imposible la búsqueda de ese lugar limpio, para que la pieza escultórica ocupe el lugar que necesita. Porque una escultura habla de los anhelos profundos del hombre; es decir, de su combate para vencer la soledad desde el principio de la Historia.
¿Acaso se nos olvida que el primer hombre escultor quiso ser dios, dando cuerpo a su imagen y semejanza, sacando de la arcilla primigenia al otro para no estar solo? ¿Existe mayor conmoción metafórica?
¿Si creyéramos en su poder, en ese carácter casi sagrado de la escultura, no rogaríamos que conformara o habitara nuestro escenario vital? ¿O hemos ido despojándola de cualquier contenido, y vaciándola, hasta acabar por considerarla mobiliario urbano? ¿No es ese el tratamiento que solemos darle cuando la situamos en plazas y rotondas?
Siempre digo que el exterior puede ser desolador para una escultura, si ésta no encuentra su sitio. Que no depende tanto de su calidad artística -esa se da por supuesta, si los que han tomado la decisión han cumplido con su responsabilidad-, como de que encuentre ese lugar que potencie su respirar y su desarrollo.
Arquitectos y urbanistas no cuentan, desde hace tiempo ya, con la escultura. Luchan para que sus edificios y calles contengan las proporciones necesarias y resulten habitables y bellas, y sienten una enorme inquietud, casi una amenaza, cuando entra en su proyecto un escultor… Circunstancia ésta que ha derivado en que sean ellos mismos los que, a la postre, llenen ese hueco, haciendo sus edificios cada vez más escultóricos o las líneas de sus diseños más marcadas y protuberantes, para que no quepa nada más… ¿Por qué?
Como cualquier otro arte, la escultura ha sufrido, con el paso tiempo, la conmoción del cambio, y quizá su carácter puramente narrativo, en el peor sentido, ha ido contra ella misma. Pero liberada hoy, gracias a otros medios, de ese carácter narrativo y ejemplificador, al que se veía obligada, puede y debe buscar su esencia.
Desde mi experiencia, puedo decir que lucho siempre con los responsables políticos, con los que debo trabajar, cuando llego a la ciudad donde voy a vivir la experiencia, casi siempre difícil y alguna vez traumática, de colocar una escultura.
Vivimos en democracia, pero arrastramos conceptos que más tienen que ver con regímenes autoritarios. Los responsables de tomar las decisiones insisten en defender que la obra escultórica sea instalada en el centro de las plazas, y en alto, cuando ya Auguste Rodin, en 1889, pidió que su obra Los burgueses de Calais fuera instalada a pie de suelo, sin peanas ni vallas, para poder así insertarse en la cotidianeidad trágica que representaba -y sigue representando- la obra.

Una escultura hoy, en una sociedad democrática, debe estar tan incorporada al paisaje que sea, a la postre, algo que uno “elija mirar”. Que se confunda con el propio ámbito. Que logre el milagro de llevarnos a pensar que siempre estuvo allí. Que la descubramos un día…, abriéndonos sus interrogantes, y los nuestros.
Pienso que la elección final, para un espacio contemporáneo, de una obra, debe ser una decisión libre de los ciudadanos del lugar. El mejor ejemplo a seguir puede ser el experimentado por la ciudad alemana de Münster, donde cada diez años realizan una convocatoria e invitan a escultores. En el pasado año 2017 fueron 36 los artistas que realizaron una propuesta para lugares de dicha ciudad. Durante tres meses los proyectos conviven con los ciudadanos en sus calles, y al finalizar ese tiempo, por votación popular, se decide la escultura que se convertirá en obra pública definitiva. Será la que haya respondido a las demandas estéticas y espirituales de los ciudadanos. La obra traspasa así una frontera necesaria, y ya pertenece al pueblo, que la defenderá como suya. Emocionante victoria para un artista.
Hay que confiar y creer en la sensibilidad del pueblo. Personalmente puedo decir que mi Cabeza de manifestación o Monumento a la Concordia fue votada popularmente por los ciudadanos de Oviedo. No se equivocaron. De todas aquellas obras mías, que se expusieron en el antiguo Mercado del Pescado, aquella era sin duda la mejor y más novedosa.
Si alguien me preguntara cuál es para mí la mejor escultura instalada en la contemporaneidad, de acuerdo con los ideales defendidos en estas líneas, diría, sin dudarlo, que Another time, cien figuras humanas de hierro que Anthony Gormley plantó en 2013 en Crosby Beach, una playa al norte de Liverpool, que son unos tótems fantasmagóricos que se yerguen, plantados en la arena, apareciendo y desapareciendo, según la subida o bajada de las mareas. Y destaco la obra no sólo porque ha logrado el milagro de su inserción en un espacio mágico y en un tiempo sin tiempo, sino también porque fueron los propios habitantes los que rogaron, tras una exposición temporal, que permaneciera allí para siempre.
En el año 1989 realicé mi primera, y única de momento, exposición en Barcelona de la mano de un galerista, un “gentleman” catalán, llamado Carlos Enrich, en un revolucionario espacio situado en el séptimo y último piso del Parking David en la calle Aribau, sobre el cielo de la ciudad. Cuatro grandes desnudos femeninos bajo el título de Las Afroditas. Para su exhibición, llené el suelo de dicho espacio con arena de playa, y al ser preguntada por el por qué de dicha elección, contesté que el lugar ideal para aquellas diosas era saliendo del mar Mediterráneo al que pertenecían. Un viaje de vuelta, más que un viaje de ida…
La revista de decoración “La Casa de Marie Claire”, con la inolvidable Cuba Calderón a la cabeza, me tomó la palabra, y tras realizar un reportaje de mis esculturas mezcladas con sillas de Philip Starck -servidumbres de la modernidad y el consumo-, me hizo un gran regalo: una preciosa foto de estas Afroditas en la playa de Garraf saliendo del mar, que después fue cartel en mi presentación en Amberes. Una hermosa intuición en éste nuestro caminar a ciegas.
Con la esperanza de nuevos paisajes, me gustaría poder gritar lo que Albert Camus, a través de Calígula, su criatura: “¡Demos una oportunidad a lo imposible!”.

Esperanza d’Ors es artista