El flamenco es legal desde el pasado 12 de abril de 2023. Desde ese día, se prohibe prohibir el cante en bares y tabernas, aunque su lugar natural pasen definitivamente a ser auditorios y museos. Iremos a disfrutarlo vestidos de rigor y en respetuoso silencio. El flamenco ha muerto. Viva el Flamenco. Me alegro por el Flamenco. Lo siento por el flamenco.

Leí el Proyecto de Ley Andaluza del Flamenco, que acaba de adquirir rango de Ley, y, qué quieren que les diga, me pareció una sarta de afirmaciones autocomplacientes, redundantes y kitsch. Por ejemplo: ¿se puede localizar por decreto el origen del flamenco, como hace la ley? Yo, personalmente, confiaría algo así a los historiadores y, si nos tomamos en serio su trabajo, nunca daría sus conclusiones por definitivas. Otro: ¿tiene sentido decretar cómo se transmite el flamenco y definir cada uno de los ámbitos o lugares en que sustancia tal cadena de transmisión? (Ese sustanciar, por cierto, no es inDLE™, *sustanciar, por tanto; es un obsequio para Don JGR). Más: si el decreto establece que el estudio del flamenco compete a la flamencología (aunque advierto que el Proyecto de Real Decreto en ciernes del Ministerio de Universidades sobre la definición de áreas, ámbitos y campos de conocimiento la pasa por alto), ¿no sería mejor no dar a los flamencólogos el trabajo ya hecho? El decreto no llega, como sin embargo me tenía, a establecer el flamenco como «marca» (es decir, Flamenco™), pero sí lo consigna como parte de la marca España™, por tanto, algo así como una colección o submarca (Flamencostm) de la gran marca España™. Esto es puro branding (no lo busquen en DLE™, por tanto, *branding) y, este, a su vez, puro marketing (esta sí pueden buscarla), creo yo. Y a mí, por ir cerrando este desahogo, no deja de mosquearme un poquito un documento legal que genera (aquí va otro regalo para Don JGR:) tantas canonjías, prebendas y hasta fielatos (Consejo Asesor, Registro, Cátedras…).

Supongo que todo esto es inevitable en los tiempos que corren y consecuencia de esa deriva que lleva a convertir en una amorfa masa histórico-artístico-industrial (los términos proceden de la definición del propio texto legal) casi todo lo que vale la pena en esta civilización en que nos ha tocado vivir, en el fondo tan ahistórica y antiartística, aunque, sí, tan industriosa. Se entiende que la Junta de Andalucía haya querido diseñar una fórmula institucional a su medida capaz de sintetizar cultural y turísticamente lo que en sí mismo tan poco tiene que ver, es decir, de La Niña de los Peines a Vitorio & Lucchino™. Es una lástima. El encanto de las cosas bellas tiene todo que ver con el ir a su aire (sugerencia para Don GMG: La belleza de ir a su aire).

Pero, créanme, no soy ningún desalmado (aunque la dualidad cuerpo/alma me resulte tan difícil de entender como la Santísima Trinidad, particularmente el elemento colombofílico del trío). Si la Ley Andaluza del Flamenco ayuda a quienes basan en este su modo de vida, la doy por buena. Si yo fuese un juntero andaluz, dudo que me hubiese atrevido a votar contra la ley, anteponiendo remilgos estéticos a cuestiones de supervivencia personal. Pero dejo un apunte para la reflexión. En el fondo, no hay tanta diferencia entre este caso y el que estos mismos días también se discute en Andalucía, ya saben, el conflicto entre proteger la riqueza primordial de Doñana o sacrificar parte de sus reservas acuíferas en beneficio de los agricultores locales. Tal vez cada uno de estos casos pueda ayudar a pensar y sacar conclusiones sobre el otro. O, sencillamente, como me sucede a mí, a quedar definitivamente bloqueado, sin saber muy bien qué pensar.

En los tiempos que corren, alguien como yo, peninsular septentrional, sin vínculo alguno con Andalucía (salvo que cuente mi carné de socio honorario de Cádiz CF), tal vez debería abstenerse de escribir sobre algo tan meridional y andaluz como el flamenco. Lo sé de sobra. No tengo nada que explicar sobre el cante, el toque y el baile. Ni siquiera los entiendo. Me son ajenos. Es la pura verdad. El flamenco me parece esencialmente incomprensible e inexplicable, arcano, razón más que suficiente para que me resulte tan emocionante y me parezca tan bello. No tengo la menor idea de cómo se siente desde dentro, desde la cultura en que ha nacido y la tradición a que ha dado lugar. No puedo tenerla. Doy por supuesto que elevará en muchísimas potencias lo que yo consigo sentir, que no es poco, al escuchar una grabación de El Borrico de Jerez o Juana la del Revuelo. De todos modos, lo que históricamente se ha transmitido a través de familias, dinastías, peñas y tablaos me resulta de una profundidad tan apabullante que, sinceramente, lo siento mucho más valioso que la mayoría de los productos artísticos de la cultura occidental que se me puedan suponer más próximos que el flamenco. No es boutade: entre un lied y un martinete, lo tengo claro (gracias, una vez más, DLE™ por ser mi luz ortotipográfica). De todos modos, si el documento es sincero, y no repite formulariamente la consideración del flamenco como un «patrimonio vivo, libre y universal» (la frase aparece más de una vez; las repeticiones son sospechosas), supongo que nos autoriza un poco a todos a pronunciarnos sobre una forma artística que, de hecho, ya pertenece a la Lista del Patrimonio Inmaterial de la Unesco (signifique lo que esto signifique; según parece, que pertenece a todos sin excepción).

En fin, los amantes del Flamenco odiarán, seguramente, casi todo lo que he escrito. Solo puedo responderles que lo ha hecho alguien que ama el flamenco y a quien, en el fondo, no le disgusta del todo este decreto que lo legaliza, porque convierte a sus grandes héroes y heroínas del género en el pasado (Tía Anica la Piriñaca, Antonio Mairena, Perla de Cádiz, Juan Talega, Fernanda, Bernarda y Gaspar de Utrera, Terremoto, Chano Lobato, Chocolate, Camarón…) en unos fuera de la ley, en unos bandoleros del cante.

Por favor, no los indulten.

(Pocos días antes de la promulgación de Ley Andaluza del Flamenco, se publicó la traducción al español de Sonidos negros: On the blackness of flamenco, original de 2019, de la norteamericana K. Meira Goldberg. Maravilloso ejemplo de lo que me gusta llamar «metomentodismo» cultural, es decir, la práctica sistemática de un mirar distante que consigue ver lo que al insider, para quien su cultura es epidermis (piel, pellejo o cuero, según las sensibilidades), le puede resultar invisible. Tomen nota: el cante y el baile como grito y trance de una guerra racial, el flamenco como campo de batalla. Reserva de sangre impura, la más pura de las sangres.)

Meira Goldberg. 2023. Sonidos negros: sobre la negritud del flamenco. Libargo.
Parlamento de Andalucía. 2022. 12-22/PL-000006, Proyecto de Ley Andaluza del Flamenco. Boletín Oficial del Parlamento de Andalucía, Núm. 37 (04.10.22), 9-32.

Guillermo Lorenzo
Dpto. Filología Española, Área de Lingüística General. Universidad de Oviedo