Una nueva hornada de flores de todos los colores alumbran, y los dientes de león flotan y se meten por las fosas nasales de los usuarios del parque haciéndoles estornudar, sin miramientos. Da igual si éstos son ancianos que disfrutan de cómo la luz de la primavera tornasola los cuerpos de los jovenzuelos, que empiezan a no sentir prisa por irse a sus casas, o si por el contrario son jovenzuelos que ven a los ancianos como parte del mobiliario del parque, duros y grises. Los dientes de león para esto no hacen distinción de fosas, edades o tamaños.
Como la muerte.
Ahora, por qué escogen los dientes de león invadir los senos nasales de mi vecino y no los míos o de manera inversa, eso no lo sé. Qué caprichosa es la naturaleza en cuanto a estas cosas ¿tanta proporción áurea, tanta arquitectura universal y tanta hostia para luego dejar al azar estas cosas? No lo entiendo, la verdad.
Como hace la muerte, igual.
¿Quién señala a la gente? Quién dice:
– “¡Tú! Diente de león, tras ese del pantalón corto azul, pégate a su nuca y cuando puedas bordéalo y toma su nariz”
– “Tú, el que lee “El Perfume” recostado, te dejo un rato para despedirte de quien tu escojas porque en breve vas a morir”
Ese dedo invisible, acusador y fatal, es el encargado de hacer que se apaguen las bombillas de mi casa de una en una aunque las compre siempre todas a la vez en Ikea. Y ya así, une puntos y aprovecha , dándole boleto a un puñado de luciérnagas cuando se cruzan en su campo de visión o lo que esto sea.
El que afloja los tornillos de máquinas perfectamente engrasadas para propiciar desastres y decide que mañana – por ejemplo – resbales, sufras una fractura ósea y condicione tu vida desde ese momento.
También es quien empuja una piedra enorme justo cuando estás intimando con un ave –de manera consentida, por cierto– fortuitamente y os aplasta a ambos, para que luego lleguen la prensa y los telediarios a contarlo, sin ir más lejos.
Es quién dice que tú no, tú no serás quien acierte la quiniela y cuando lo haces todo el mundo lo hace y no sacas nada.
Pues ésta que señala era la vecina de mi abuela cuando era pequeño. La llamábamos La Suerte porque siempre estaba en medio de todo y era quien nivelaba la balanza a uno u otro lado.
¿Pensabais, pobres ingenuos, que Dios alguna vez vistió pantalones? ¿O que éste era algo más allá que una serie de acontecimientos con un final más o menos trascendente? Según la cultura y la fe de cada uno, que conste.
El verdadero poder definitorio lo blande la suerte. La vecina de mi abuela decía antes, la del primero. La culpable al fin y al cabo –podría apostar algo– de que los dientes de león invadan justamente esas, y no otras, fosas nasales.
Y así, en una junta de vecinos, a cuenta de un ascensor empezaron a suceder cosas en la comunidad, eran 8 familias, de a dos puertas repartidas en 4 pisos.
La Suerte en el primero A, en el B los de la tiendina, nosotros estábamos en el segundo B y enfrente nuestros vecinos, luego los del Tercero y en el final en el Cuarto A y B: los de arriba.
La conversación fue algo tal que así:
3ºA –“Aprovecho este momento ya que nos reunimos todos para proponer la compra de un ascensor, ya que como todos sabéis a Carmen –mi suegra– le han diagnosticado gota y ya no puede subir las escaleras, por el ácido úrico, como todos sabéis ya, ni bajarlas”
3ºB- “Sí, la Carmen ta mu mal, ya no camina”
La Suerte: “Pues yo tengo seteinta y tres años y no encuentro problema, claro, si hubieseis parido a seis críos como yo ¿eh? porque vosotros mucha suegra y mucha hostia pero luego, ni gato…” –mala era, por dios…
1ºB- “Eso, eso” – comulgaba Conchita atemorizada
2ºA- “Creo que lo justo es que se someta a votación (nota mental: va a empezar el partido) y cada uno se pronuncie como escoja una vez sopesada la propuesta por parte del vecino del 3ºA y que nos disculpen los de arriba – tanto 4ºA como B- pues para variar no están y la votación empiezaaaaaaaa ya”
La votación quedó en dos votos del tercero a favor, dos votos del primero en contra, los del 2ºA dijeron sí primero y mi abuelo que veía el partido con el de enfrente dijo lo que este último. Así que ganó lo de la compra del ascensor.
Después de mucha trifulca y a punto de empezar el segundo tiempo, la cosa quedó así: el de enfrente, 2ºA y presidente de la comunidad, estuvo un tiempo armando todo, limando asperezas o batiéndose el cobre para cuadrar un calendario de pagos y someterlo a votación para cerrar el acta de la reunión semanal, tal y como era su deber:
La Suerte: – No
1ºB: – tampoco
2ºA: – Sí
Mi abuelo estaba meando, o dijo que iba a mear y le pegó un vistazo al partido por lo que le pusieron al final de la votación cuando llegó.
3ºA: – Sí
3ºB: – También
Mi abuelo, como acabo de explicar, fue el último, y le adujeron cuando le tocaba hablar:
2ºA: – ¿Qué? Lo del calendario ¿qué escoges? – le apremiaba nuestro vecino porque además no tenía noticia alguna sobre el partido.
Mi abuelo: – ¿Puedo ser Junio?
Y esa fue la primera y la última vez que mi abuelo le dio por el culo a la suerte.
Otro día hablaremos de sus consecuencias.
Iker Glez. es colaborador de LaEscena