La Sala 1 del Antiguo Instituto de Gijón es una cueva a pie de calle. Aislada del tráfico por una puerta de cristal y un puñado de escalones, sus paredes negras y su acústica amordazada ayudan al visitante a olvidarse del mundo durante la estancia. El espacio apunta una clara vocación rupestre/telúrica en su historia reciente: hace menos de un año que Cristina Ferrández expuso allí La fuga de Perséfone, y durante el pasado LEV Festival se quedó a oscuras para alojar la instalación de luz y sonido Boîte Noire, obra del canadiense Martin Messier. Paco Nadie (Thionville, 1972), inquilino recurrente de la Sala 1 por pura afinidad técnica y personal, confirma ahora esta tendencia con la presentación de su proyecto multidisciplinar Los cantos del Inframundo. El título es una referencia directa al mito griego de Orfeo, que descendió al reino de los muertos para intentar rescatar a la ninfa Eurídice con ayuda de la música de su lira. La historia es consustancial con la de Perséfone e inseparable de los primeros conatos artísticos de la humanidad, la alegoría de la caverna de Platón, las recreaciones plásticas de Tiziano o Auguste Rodin, y sobre todo de los Sonetos a Orfeo de Rainer Maria Rilke, que visualizó el mundo subterráneo como una “extraña mina de almas” donde no existe el color rojo.
Fiel a la descripción de Rilke, Paco Nadie presenta una serie de fotografías en blanco y negro tomadas en el interior de varias cuevas asturianas, cada una de ellas acompañada del espectrograma de una grabación ambiental. Estas partituras digitales se corresponden con los tracks de audio (Cantos de una “lira electrónica”) de la proyección en pared que preside la muestra. Señala Nadie, creo que con mucho acierto, que más allá de los “cierres y categorizaciones dogmáticas” que son la esencia de toda religión, los mitos clásicos han adquirido en nuestra época un gran potencial de subversión, además de conservar intacto el gancho narrativo. Lo demuestran adaptaciones tan dispares en escala y concepto como el ballet de Pina Bausch para el Orfeo y Eurídice de Gluck o el videojuego minimalista Don’t Look Back (No mires atrás), del desarrollador independiente Terry Cavanagh. En esta línea, el proyecto de Paco Nadie supone una relectura contemporánea del momento mitológico en que la música de los vivos resonó en el mundo subterráneo, pero también ofrece el relato estático de un viaje difícil y necesario. El material de esta exposición tiene esa cualidad cóncava que invita a cada espectador a depositar su propia lectura, debido sobre todo a sus oposiciones universales (luz/oscuridad, sonido/silencio, naturaleza/tecnología) que a todos resultan familiares aun a riesgo de caer en ciertos lugares comunes.
Nadie relaciona esta alegoría con la propia actividad artística, la retracción voluntaria con respecto al mundo y esa reclusión troglodítica que buscan muchos creadores para producir, en contraste con la necesidad recurrente de hacer breves expediciones en dirección a la luz. Según el artista, existe una tensión palpable entre la zona profunda de la cueva y el exterior demasiado luminoso, una fuerza que nos devuelve una y otra vez a las fértiles zonas de penumbra. En otro plano de interpretación, se da el mismo mecanismo entre el abuso de tecnologías tóxicas y la oscuridad figurada que supondría una desconexión total: la tentación de los extremos es tan poderosa como problemática. En una nota más personal, la estética visual y sonora del montaje evoca gratamente al álbum Black 1, de la banda drone doom Sunn O))): aquella familiaridad de un crujido volátil a medio camino entre el ruido y el silencio, la importancia del pulso y la textura sobre otras cualidades más etéreas de la música.
Una segunda colección de fotos revela los referentes del imaginario del artista bajo el epígrafe Historia (del arte y de la técnica), imágenes preñadas de discurso mítico y presentadas con la frontalidad y limpieza de un catálogo. Un arco de piedra bloqueado por calcificaciones y la perspectiva velada de una habitación de hospital evocan el frustrado regreso de Eurídice a la superficie, y las imágenes de esculturas antiguas deterioradas o rotas (budas, cíclopes) invocan una vez más a Rilke y su Torso arcaico de Apolo (poema inspirado a su vez en el torso de Belvedere, también presente en la muestra de Paco Nadie): “No conocemos la legendaria cabeza / donde sus ojos maduraban como manzanas.” A nosotros nos da lo mismo: una obra no necesita piernas o cabeza para estar completa, y hasta el propio Orfeo perdió literalmente la suya después de fracasar en su misión de rescate.
Rilke concluye Torso arcaico con un verso inesperado: “Tienes que cambiar tu vida.” Deslumbrado por la misma pieza (sin ánimo de perseguir el chiste), Walter Benjamin dejó escrito que todos esculpimos la imagen de nuestro futuro a partir de un bloque incompleto. Contemplar la belleza de una obra de arte nos obliga a enfrentarnos a nuestras propias deficiencias materiales y espirituales, y con ese retrato poco halagador de nosotros mismos enfrentarnos a la vida que tenemos por delante. Puede o debe entenderse como prueba de que una de las funciones esenciales del arte es hacernos más conscientes y por tanto potencialmente mejores, y esto también podría tener mucho que ver con el poder subversivo del mito (y del arte en cuanto que mito) que apunta Paco Nadie. Abandonaremos la Sala 1 del CCAI rumiando ese hipotético cambio, quizás, y apenas tendremos tiempo de bajar las escaleras de la calle antes de que el ruido del exterior, los feeds de actualidad y el resto de estímulos que por contraste nos hacen parecer más listos y buenos restauren nuestra superioridad moral. La noticia buena es que siempre nos quedará la cueva.
Los cantos del Inframundo
Paco Nadie
del 17 de enero al 11 de febrero de 2018
Centro de Cultura Antiguo Instituto, Sala 1. Gijón
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Alejandro Basteiro es escritor y dibujante
alejandrobasteiro.es / @lapiedradezo