José Luis Alcaine durante su visita al Museo de Bellas Artes / FOTO: IVÁN MARTÍNEZ

“Maestro de maestros que sigue buscando la luz mediterránea”. Esa fue la presentación que utilizó Alfonso Palacio, director del Museo de Bellas Artes de Asturias para dar la bienvenida al director de fotografía José Luis Alcaine, premio Nacional y Europeo de Cinematografía, con cinco Goyas en sus estanterías y un Óscar por “Belle Epoque”. Había mucha expectación para acompañarle en su itinerario, enmarcado en las actividades de la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo (SACO), tanta que las veinticinco entradas se agotaron en unos minutos.

Alcaine comenzó su intervención dando tres claves. La primera es que sigue aprendiendo su oficio porque le queda mucho por recorrer. La segunda es que la pintura y el cine tienen mucho que ver, porque ambos cuentan historias  “desde la Cueva de Altamira, por eso, en mi trabajo me baso más en la pintura que en otras artes, como la fotografía”. La tercera es la aparición de la pintura al óleo, descubierta en el norte de Europa y que consigue  retocar los cuadros a diferencia de la pintura al fresco, “fenómeno comparable al cine cuando pasó de la película química al digital”.

La primera parada de la visita fue el “Retablo de Santa María” obra del Maestro de Palanquinos. La secuencia de tablas le permitió hablar de las escenas de terror, “a pesar de que es un género cinematográfico que no me gusta, por eso solo hice una película con Chicho Ibáñez Serrador”. El artista buscaba aterrorizar y amenazar a los feligreses con el infierno y cambia la forma en la que se pintaba un cuadro, ”rompe con Giotto y las caras ya tienen un aspecto más realista, quizá porque ya se había descubierto la cámara oscura”.  La segunda parada se centró en “Camino del Calvario” pintado por el toledano Juan Correa de Vivar. Alcaine comentó que el espectador ya puede escoger a dónde mirar, desde el primer plano de Jesucristo al plano de la multitud, por eso ”puede convertirse en director, haciendo su propia historia porque el pintor no conduce hacia una única parada”.

La visión de “Presentación en el templo” de Paolo Veronese le permitió volver a hablar de su trabajo diario,  porque “parece que hay  un difusor delante del objetivo para que la imagen sea más delicada, como las películas románticas”.  El Apostolado del Greco fue una parada obligatoria, porque el pintor introduce variables en los retratos, “quiere crear un movimiento con las manos y las miradas”. Y reivindicó, además, la relación del pintor cretense con el cine ”ya que hacía castings para encontrar las personas adecuadas, era el Felllini de la época”. Destacó el retrato de San Juan Evangelista, porque “es el único en el que la luz entra en el cuadro”.

En la  sala que acoge la pintura barroca destacó la luz “más cercana a nosotros porque está inspirada en Caravaggio y de eso sabe mucho el cine, con esa luz que viene de lado”. Utilizó el retrato de Carlos II como ejemplo de la visión realista que tenía la corte de los Austria.  Pintado por el avilesino Juan Carreño de Miranda, “el rey podría pasar por un vampiro, porque la monarquía admitía la fealdad, era la realidad y eso estaba por encima de cualquier consideración”. Caminando entre salas se encontró con bodegones que le recordaron “los planos cortos de corte de tomates en películas de Almodóvar”.   Y también con el retrato de Jovellanos pintado por Goya, momento en el que reivindicó al artista aragonés como “el primer pintor que hizo un cuadro en movimiento, “Los fusilamientos del III de Mayo”. De hecho recordó que él mismo planteó a la Academia de Cine, que ese cuadro fuera la imagen de los premios, más que el busto del pintor”. Un cuadro en el que la luz sale de una gran lámpara con vela, “un producto muy caro en esa época porque no resulta realista ver a una bruja con cincuenta velas en una cueva”.  Una velas que eran determinantes en la duración de una obra de teatro, así que “los buenos escritores de la época controlaban su duración y escribían la escena para que se ajustara a esa cuestión técnica”.

José Luis Alcaine durante su visita al Museo de Bellas Artes / FOTO: IVÁN MARTÍNEZ

 

Quien conoce la trayectoria del director de fotografía, sabía que llegaría el momento de detenerse en la obra de Joaquín Sorolla. Alcaine comenta en el documental  “Sorolla: los Viajes de la Luz” que es muy difícil captar los cielos de la comunidad valenciana, muy azules pero muy densos, por eso admiro a Sorolla”. El pintor estuvo influenciado por la fotografía, algo que resulta evidente en el cuadro “Corriendo por la playa”  con el sorprendente y variado movimiento, desde “las olas a los niños corriendo”. Indicó que es probable que esa influencia estuviera muy cerca, porque el suegro de Sorolla está considerado uno de los mejores fotógrafos españoles del siglo XIX.

El  cuadro “Estudio de luz” de Ramón Casas le llevó a hablar de “Dolor y Gloria” la penúltima película de Pedro Almodóvar porque le recordó la escena de la cueva valenciana en la que vivía la familia protagonista. La escena se rodó en un estudio y Alcaine puso una luz muy parecida a la que se ve en el cuadro. “En el cine se suele poner la luz desde arriba, pero yo huyo de esa luz porque la luz viene de las ventanas, viene horizontal, salvo que sea de noche”.

El Museo de Bellas tiene, en sus palabras, un “curioso” Julio Romero de Torres, pintado entre 1905 y 1906. “A la amiga” es un cuadro que apenas tiene color y podría estar localizado en cualquier lugar de España. Destacó el manejo de los blancos, “son de una tenue diferencia, pero están delimitados y separados” y confesó que un director de fotografía huiría de esa escena. Tampoco trabajaría en el cine con el autorretrato de Darío de Regoyos porque “los tonos verdosos del cuadro no se utilizan en la fotografía de una película”.  Sin embargo si confirmó que la luz y los escenarios que aparecen en “Toda la ciudad habla de ello” de Eduardo Arroyo y “El bosque maravilloso” del Equipo Crónica se utilizan en el cine. Las películas de  serie B de los años 40 y 50 tenían una fotografía “muy realista y muy dura, llamada luz de la Warner, porque aparecía con frecuencia en las realizaciones de ese estudio de Hollywood”.

Trascurridos más de 75 minutos, la luminosa visita de José Luis Alcaine se detuvo ante las obras de Dalí y Miró que posee el Museo. Como buen observador señaló la impresión de manos pintadas en los dos cuadros, firmados en 1972 y 1975.  Una coincidencia artística a tener en cuenta, porque los dos artistas llevaban sin hablarse desde 1932. Y si comenzó la sesión dando claves para entender su propuesta, dejó para el final un consejo, “ahora vivimos mucho más tiempo, así que tenemos que escoger muy bien el oficio, porque vivir tanto sin pasiones sí que sería la muerte».


Jose Antonio Vega
 es colaborador de laEscena
@joseanvega64