Vista general del Grand Palais Éphémère, donde se celebra Art Paris / FOTO: TERESA SUÁREZ

En la obra de José Santamarina (Oviedo, 1941) se funden el diseño gráfico y la creación plástica. Su trayectoria profesional de “grafista”, como el autor prefiere definirse, ha ido evolucionando, con el tiempo, hacia un tipo de obra volumétrica de gran valor estético. La geometría y su gran capacidad de síntesis son los ejes que vertebran sus propuestas.

Las piezas de Santamarina que 451 presenta en Art París nacen de un profundo y concienzudo análisis de las formas; a partir de plegados y cortes sobre materiales como cartulina, metacrilato o aluminio, realiza modificaciones mínimas sobre elementos geométricos mediante recursos de repetición, yuxtaposición o torsión, hallando nuevas soluciones, a menudo organizadas en series y conformando un trabajo coherente.

En la excelente selección realizada por la galerista Mónica De Juan conviven, por un lado, obras de los años ochenta de gran formato desarrolladas en torno a patrones básicos. Son formas que surgen de capas estratigráficas de materia y de cuya repetición se desprende un aura armónica que procede tanto del ritmo y pulsión seriado como de las gradaciones tonales. Más allá de las intenciones del autor y de la presentación de estos trabajos como “objetos específicos”, sin más pretensión que evidenciar su propia naturaleza matérica, formal y cromática, son obras que escapan a cualquier control racional, suscitando un atractivo efecto envolvente sobre quien las contempla. Pero, por otro lado, es en las obras más recientes, también las más sencillas y de menor tamaño, donde advertimos el interés del artista por llegar a la esencia de las formas partiendo de la línea y de la composición. Apoyándose en valores binarios, como lleno/vacío o plano/volumen, hallamos una obra pura y sincera, y es en este tipo de trabajos donde se encuentra la huella de la tradición constructivista, del esencialismo neoplasticista y de los maestros que, como Moholy-Nagy o Josef Albers, dejaron su impronta en la Bauhaus.

Es asombrosa la precisión y minuciosidad; el dominio técnico favorece esa limpia geometría que le caracteriza. Desde esta depuración formal, la materia habla con sencillez y la luz pasa a ser protagonista. Los juegos de transparencias, las texturas y efectos opacos de ciertas retículas acentúan los aspectos lumínicos, que se ven potenciados con la participación de quien las contempla que, desplazándose, advierte cómo cada obra genera su propio espacio, su propia luz. Santamarina deposita en nuestra propia actitud la posibilidad de descubrir cómo lo sensorial puede trascender hasta la pura emoción.

Los efectos cambiantes remiten al op-art y especialmente a la creadora Bridget Riley, de cuyos planteamientos teóricos se advierten ecos en nuestro artista: repetidas, las formas más simples, dice la artista británica, pueden llegar a ser visualmente muy activas, el ritmo y seriación están en las raíces del movimiento, por ello la repetición funciona como un amplificador.

 

Santiago Martínez es profesor de Historia del Arte
saguazo@yahoo.es

Esta actividad subvencionada por el Gobierno del Principado de Asturias