María Álvarez delante de su obra en el Museo de Bellas Artes de Asturias / FOTO: MÓNICA DE JUAN

En la sala 24 del Museo de Bellas Artes de Asturias se encuentran expuestas estas dos piezas de María Álvarez (Luanco, 1958) elegidas, para enriquecer el panorama del arte contemporáneo de la región, entre las obras de la artista que recientemente se han incorporado a la institución. Se trata de dos pinturas verticales que formaban parte de una serie de tres, -una de ellas de propiedad particular- de formato muy alargado (172´5×32´5×3´5 cm cada una), realizadas en acrílico sobre papel montado en madera y bastidor.

Cuando hablo con la artista, profesora de Proyectos de Edición en la Escuela de Arte de Oviedo durante muchos años, se advierte su espíritu didáctico, explicándome, al detalle, el cómo y cuándo de la realización de las piezas.

Esta etapa pictórica se desarrolló principalmente en los años ochenta, contextualizándose en los trabajos que realiza en los últimos años de carrera, entre 1983-84 en la Facultad de Bellas Artes de Valencia (imagen 1), donde ya se mostraban algunas de las constantes que podríamos considerar embrionarias de las obras aquí expuestas. María es una artista de dibujo preciso y seguro, no exento de carácter y nerviosismo que, ya desde su época de estudiante, se consolidó experimentando con el grabado y donde desarrollaría una iconografía muy personal, de figuras estilizadas, filiformes, quiméricas, con ciertos rasgos humanos (imagen 2). Al observar aquellos trabajos, encontramos mundos cargados de lirismo que, en su momento, analizó Javier Barón: “…pero la principal aportación de María Álvarez hay que buscarla en su manera particular de definir lo que he venido llamando figura…Y no tanto en lo que se refiere a la morfología de esos elementos realizados con rápido e incisivo grafismo, que pueden encuadrarse en el amplio campo de los biomorfismos de ascendencia primero surrealista y luego expresionista, sino, más bien, en la relación que entabla con el fondo de la composición…” (1). Barón hace también referencia a otros artistas que, desde el expresionismo, se mueven entre el grafismo lúdico de Keith Haring y el gesto existencial de Antonio Saura, aunque también podríamos rastrear semejanzas formales más poéticas, cercanas al lenguaje sígnico mironiano y a las delicadas y reduccionistas formas de Paul Klee que en nuestra artista permanecen siempre latentes.

La evolución de su trabajo se evidencia con la incorporación del color, aunque siempre ha sido de manera tímida (imagen 3) pero, sobre todo, cuando investiga con técnicas pictóricas como el acrílico (imagen 4), su consistencia y materialidad, el carácter dúctil y apetecible de los pigmentos, no escapa a la necesidad que tiene de expresarse en libertad. En este sentido fue clave para ella la exposición Origen y visión: nueva pintura alemana, sobre la que Calvo Serraller puntualizó que su interés “responde a que nos proporciona, con la amplitud y el rigor necesarios, la oportunidad de conocer una de las corrientes pictóricas más universalmente famosas en la actualidad, a la que, por fortuna, aunque lentamente, se va incorporando nuestro país” (2). Para María Álvarez, como para tantos jóvenes artistas nacionales, las obras de Georg Baselitz, A.R.Penck, K.H.Hödicke, Bernd Koberling, fueron propiciatorias; el nuevo expresionismo alemán estaba lleno de vigor, mostraba frescura, fuerza y facilidad ante el hecho pictórico, manifestando una actualización de sus propios referentes; estos artistas eran herederos de aquellos creadores de vanguardia (desde Ernst Ludwig Kirchner a Käthe Kollwitz) iniciadores de una corriente estética en la que el gesto, el grabado y la temática ocuparon un lugar privilegiado y que nuestra artista descubrió en la muestra de los fondos de la colección Buchheim (3) en 1983. Aquellas obras poseían una tensión y una densidad muy difícil de encontrar en el panorama español, de ellos, como de algunos artistas de la transvanguardia italiana, asumió la libertad gestual y una cierta agresividad formal de fuerte componente subjetivo.

 

En los acrílicos del Museo el recurso principal es, sin duda, el grafismo gestual e incisivo con cierto carácter automático. La restricción del color acentúa el sentido gráfico que procede del trabajo con el grabado y su dedicación al dibujo. Las dos piezas, ahora independientes (imágenes 5-6), fueron concebidas en un formato mayor, mucho más ancho, a manera de díptico, en un intento de obviar las limitaciones en superficie, desbordándola; fue con posterioridad cuando decidió dividir radicalmente aquellas piezas en dos, acentuando su verticalidad y autonomía y subrayando el sentido totémico que poseen.

La presencia física e individualizada de cada una acentúa su carácter poderoso y mágico, como si estuviésemos frente a algún ídolo ancestral y enigmático o ante un icono dispuesto para su adoración. Todo procede de la energía que ha transmitido a sus obras a través de los recursos empleados: las figuras llenan en altura la composición mediante el empleo de una materia pictórica acre y espesa, de grueso empaste, delimitando el color con anchos trazos negros (imágenes 7-9) que se aproximan a las propuestas del neoexpresionismo internacional de los ochenta antes referido pero diferenciándose por la elección de formatos pequeños, el acrílico en lugar del óleo y el soporte papel en lugar del lienzo pero, sobre todo, en cierta “negligencia” en la presentación de la obra que se podría relacionar más con la ductilidad de algunos artistas italianos.

Está presente el afán experimental, el regusto “primitivista”, las seriaciones y las repeticiones junto con el pigmento vehiculado con acrílico, aplicado incluso con las manos, en una búsqueda holística que equilibre forma y color. Son obras de investigación y tránsito hacia nuevos caminos, mucho más serenos, tal y como el tiempo ha venido mostrando, pero también mucho más complejos por la profundidad conceptual y autorreferencial que contienen, ya recogidos en LaEscena a propósito de Sin coordenadas, su última exposición individual en la galería Guillermina Caicoya de Oviedo.

La energía que desprenden las piezas del Museo de Bellas Artes reclaman nuestra atención, gritan, no pasan inadvertidas, expresan sentimiento y reivindican su espacio vital, recordándonos que el arte es un buen instrumento de procesamiento que nos puede ayudar a entender mejor la complejidad del mundo. Estamos ante uno de tantos caminos, éste ya lejano, del devenir de María Álvarez; su trayectoria artística se ha enriquecido, serenándose, aunque ella permanece, hoy en día, con aquella misma actitud vital.

 

NOTAS:

(1) BARÓN, Javier, “La evolución del grafismo en la obra de María Álvarez Morán”, Papeles plástica, Casa Municipal de Cultura, Avilés, 4-22 noviembre, año VI, número 76-P, 1985.

(2) CALVO SERRALLER, Francisco “Gran panorámica de la pintura alemana actual”, Palacio de Velázquez, Madrid, El País, 11 de junio de 1984.

(3) 1983 María Álvarez pudo contemplar en directo los trabajos de los principales artistas expresionistas alemanes en la muestra Expresionistas alemanes, colección Buchheim organizada por la Obra Cultural de la Caja de Pensiones y el Ministerio de Cultura entre febrero y marzo de 1983 en la Biblioteca Nacional de Madrid

Santiago Martínez es profesor de Historia del Arte
saguazo@yahoo.es